Según convivimos con nuestros niños dependerá la clase de adulto que lleguen a ser.

 Hacemos de un tipo u otro de ser humano según el espacio en el que hemos adquirido las habilidades básicas necesarias para vivir.

Los niños y niñas aprenden en los espacios donde conviven. Por lo tanto un niño y una niña se van a transformar en una clase u otra de ser humano adulto según sean las relaciones en los espacios donde convive hoy. Lo genético es sólo un punto de partida, establece un campo de posibilidades, pero no los determina. Lo que ocurra después tendrá que ver con la historia y la calidad de los contextos en los que participan desde niños. En la  familia, en la escuela, en la vida social.

Los seres humanos, nos hacemos humanos en estos contextos de convivencia. Aprendemos el lenguaje, a emocionarnos, y a relacionarnos, y también desarrollamos nuestra autoestima personal, el modo de vernos, de ver a los otros y al mundo. Y nuestro modo de vivir como seres humanos adultos es fundamentalmente determinado por la emocionalidad que aprendimos a vivir de niño, no solo por el conocimiento o los tipos de argumentos racionales que podemos acumular a lo largo de de la vida.

Ahora bien, los adultos de hoy como únicos responsables del espacio de convivencia en el que se desarrollan y transforman nuestros niños, podemos contribuir siempre a proporcionar un modelo de espacio de convicencia adecuado.

Si nuestro objetivo es ver a nuestros niños transformados en seres humanos responsables, socialmente conscientes, que se respetan a sí mismo, y capaces de reflexionar sobre todo, de adquirir cualquier conocimiento, de tomar decisiones, de elegir liberemente lo que les conviene, es nuestra tarea de adulto, de hoy y de cada día, por medio de lo que hacemos y decimos, crear el mejor espacio de convivencia que los conduzca hacia ese tipo de ser humano.

Piensa bien  y saldrá bien!

D.O.

LA PEDAGOGÍA DEL AFECTO. Publicado el por Daniel Olguin

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