De cómo convivan los niños dependerá la clase de adulto que llegarán a ser.H. Maturanai
Necesitamos una escuela y una educación para aprender a vivir, compartir, y comunicarse.[ii] De esto ya no debieran quedarnos dudas. Cada vez más autores, desde distintos campos (biología, medicina, psicología, etc.) hablan de la importancia del mundo emocional y de la emoción del amor, y de las actitudes amorosas, como claves para el desarrollo biológico, mental y social de las personas en desarrollo. Y reclaman una cultura escolar más humanizada que integre conocimientos, emociones y relaciones y que enseñe a conocer, a convivir y a trabajar juntos.[iii]
Los niños y niñas aprenden en los espacios donde conviven y la escuela es un espacio clave de convivencia, donde el alumnado va a aprender según como sea esa convivencia. Aprender es convivir y un niño y una niña se van a transformar según sean las relaciones en los espacios donde convive. Lo genético es sólo un punto de partida, establece un campo de posibilidades pero no nos determina como lo hace con los animales, y lo que ocurra después tendrá que ver con la historia de relaciones de nuestro cuerpo con el medio que le rodea. Depende de la calidad de los procesos relacionales, en los contextos en los que participan: familiar, escolar, social.
Aprendemos en estos contextos de convivencia el lenguaje, a emocionarnos y relacionarnos, a motivarnos; desarrollamos nuestra autoestima personal, el modo de vernos, de ver a los otros y al mundo. Es en el espacio de convivencia de la familia, de la escuela, del club, etc., en el que el niño o niña crece y aprende.[iv]
Por ello podemos señalar sin temor a equivocarnos que los niños y niñas no se portan mal por naturaleza, sino por aprendizaje. Un niño o una niña no son malos si no que, en ocasiones, aprenden comportamientos inadecuados en la convivencia familiar y/o escolar. Y la escuela y los profesionales que trabajamos en ella podemos contribuir a proporcionar un nuevo aprendizaje: deconstruir el rol y construir, conjuntamente con la familia, un nuevo rol, más positivo.
Ello es así porque lo humano no surge desde la lucha, la competencia, el abuso o la agresión, sino desde la convivencia, en el respeto, la cooperación, el compartir, y el afecto.[v] Pero además, el afecto constituye un conjunto sensorial de gestos, de gritos, de mímicas y palabras que rodean al niño, y es un alimento afectivo que aniquila a los niños que se ven privados de él. [vi] [vii]
Por lo tanto si no se dan las suficientes interacciones de este tipo, si un niño es negado o rechazado no va a poder desarrollarse como una persona sana y tendrá problemas en su desarrollo, en los aprendizajes o en su salud o socialización. [viii]
Hemos de tomar conciencia de que necesitamos sentirnos útiles, valorados, amados y aceptados por las personas significativas de nuestra vida. Necesitamos ser vistos, apreciados y reconocidos. Y los continuos avances en el estudio de las emociones han confirmado que no hay aprendizaje sin emoción. Las emociones negativas producidas por el miedo, la inseguridad, sentirse rechazado, y no tener un rol positivo en el aula, cierran y bloquean la inteligencia. Y un clima emocional positivo, de bienestar, seguridad, aceptación, abre la inteligencia y facilita los aprendizajes.
En concreto, la calidad de la relación humana es el catalizador que potencia el aprendizaje y es una condición previa para que este se produzca. La educación tiene que ir dando importancia al desarrollo de la capacidad de afecto y vinculación emocional con los otros, a una sintonización positiva desde nuestras necesidades, emociones y valores, para hacer posible la aceptación y consideración mutuas.[ix] Si la calidad de las relaciones es la clave que potencia los aprendizajes, debemos plantearnos la importancia de cuidar el clima afectivo y relacional de la Escuela y el Aula para conseguir un adecuado aprendizaje y el desarrollo integral del alumnado.[x]
Tenemos que avanzar hacia una educación que ayude a alcanzar madurez, entendimiento, respeto mutuo y relaciones más pacificas y colaborativas. Que contribuya de forma decisiva a formar personas felices, autónomas, responsables y solidarias. Por lo tanto, maestros y profesores no sólo tenemos que tener un buen conocimiento de los contenidos curriculares y capacidad de enseñarlos, sino que también se requieren habilidades, estrategias y trabajo colaborativo para gestionar la vida afectiva y relacional del grupo clase y la convivencia positiva que cuide de los aprendizajes. Ello requiere de una mirada apreciativa, de hablar y de actitudes y estrategias coherentes para el día a día del aula. Cada vez va será más necesario integrar curricularmente programas de educación socioemocional y en valores en la vida del aula y Escuelas.
El modelo educativo hacia el que debemos ir está basado en el respeto y la comprensión del mundo propio y de los demás. Porque si uno aprende a respetarse a si mismo y a los demás, puede aprender cualquier cosa: matemáticas, lenguaje, conocimiento del medio, etc.; pero si un niño o niña no se siente aceptado, no tiene un espacio digno en la clase y tiene problemas de relación, no va a aprender, porque estará en otra cosa.
Como dice Maturana, si queremos que algo sea hagámoslo. Si queremos otra escuela hagámosla.
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