A principios de este año 2015, manifesté* que en tiempo de elección no hay mayor pecado que la pasividad, señalando en particular los peligros de la aparente neutralidad en la que caemos los ciudadanos argentinos al momento de expresar nuestra voluntad por medio del ejercicio del voto, privilegiando lo que consideramos nuestra conveniencia personal como fuente o base para omitir el deber de elegir actuar cuando es imperioso y hasta imposible dejar de hacerlo.
En aquella ocasión consideré críticamente que esa clase de aparente neutralidad o pasividad se había convertido en una conducta habitual de nuestra ciudadanía, respondiendo de forma hasta resignada, cuando se le reclamaba su acción y su decisión.
Hoy con gratísima sorpresa, doy la bienvenida a la ACTIVA voluntad popular expresada con ejemplaridad memorable, obligando con su decisión implacable a un inesperado cambio en el tablero político del país, y fundamentalmente desatando una nueva era en la democracia argentina.
La de una participación de la ciudadanía que se encargará, cada vez que se la reclame, de volver a poner las cosas en su lugar sin importar a quien le tocara ejercer el poder que esa ciudadanía le delegue.
¡Piensa bien y saldrá bien!
D.O.