Felipe González, político y expresidente del gobierno español, opinó, que todo líder que aparece nervioso, cambiando de posición de la noche a la mañana y buscando culpables es un líder nefasto e inútil para afrontar la crisis, mientras que los líderes políticos adecuados son los que establecen políticas de diálogo permanente y de acuerdos sucesivos, incluyendo también a los líderes sociales y empresariales. Afirmó también, que si en la gestión de la actual crisis sanitaria se cometen errores hay que reconocerlos porque, a su juicio, “el error en política es perdonable, lo que no es perdonable es la estupidez”.[1]
Claro que Gonzalez hace referencia puntual al político en gestión. Pero, estimo que se aplica a todos los ciudadanos que, por ser tales, son también políticos, porque hacen política. Como dice Maturana, todos los actos humanos -desde comprar el pan, pagar impuestos y elegir a quienes nos representan- configuran el hacer política en una convivencia democrática. Pero además validan un modo de convivir ciudadano y por ello son intrínsecamente actos políticos.[2]
Entiendo a esa estupidez como estrechez de miras, tal como la definió el filósofo Johann Erdmann[3], quien además definió al estúpido como aquél que tiene en cuenta solo un punto de vista: el suyo.[4]
Coincido con los griegos, quienes además de la política y la democracia, inventaron la palabra “idiota” para señalar a aquel que considera todo desde su óptica personal, al que juzga cualquier cosa como si su visión del mundo fuera universal, la única defendible, válida e indiscutible.
Encuentro, a su vez en nuestros políticos estúpidos, dos características distintivas esenciales. Que opinan sobre todo como si estuviesen en posesión de la verdad absoluta sin reconocer errores algunos, y que son ineptos a la hora de jerarquizar prioridades.
También encuentro dos premisas relativas a la estupidez en general que se aplican también en toda la política, incluida la nuestra. Una, que todos en algún momento podemos ser estúpidos ocasionales. Otra, que la lucha contra la estupidez está perdida de antemano. Decía Albert Camus en “La peste” que “la estupidez siempre insiste”.
Por ello, respecto de la primera de las premisas, puede ser que tuviésemos que formularnos preguntas fundamentales para acabar con nuestra estupidez ocasional. Por ejemplo, conviene preguntarnos habitualmente si estamos actuando como estúpidos, si podríamos estar equivocados. Acción ésta, de toma de conciencia plena que podría señalar el comienzo del fin de nuestra estupidez o por lo menos la oportunidad de reducirla.
En tanto que la segunda premisa nos exigirá asumir que entre todos los saberes posibles que se puedan adquirir existe al menos uno imprescindible: el saber que ciertas cosas nos convienen y otras no.[5]
Saber lo que nos conviene, es saber distinguir entre lo bueno y lo malo, pero en muchas situaciones no resulta sencillo. Lo malo parece en unas ocasiones más o menos bueno y lo bueno en otras tiene apariencias de malo. Confusión, en la que los políticos estúpidos son generalmente exitosos. Tanto en crearla, como relatarla.
Como sea, las personas podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, lo que nos parece conveniente para nosotros frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Claro, será prudente fijarnos bien en lo que hacemos, en las decisiones que tomamos. Procurando además adquirir con la práctica un modo de vivir que nos permita acertar mas frecuentemente.
Hoy, estamos cerca de volver a elegir a quienes, entre otras tareas, tendrán la responsabilidad de continuar gestionando la crisis sanitaria. Y entonces, volvemos a estar en condiciones de poder optar por lo que mas nos conviene en tal sentido. De ser menos estúpidos y de quitarle poder a los estúpidos.
En definitiva, debiéramos tener en cuenta que siempre podemos vivir de muchos modos, pero también, que hay modos que no dejan vivir. Como los que incluyen seguir la estupidez y a los estúpidos que la ejercen.
Piensa bien y saldrá bien!
DO.
Fuentes: