“El que tiene un porqué puede soportar casi cualquier cómo”. Friedrich Nietzsche.

Ante las dificultades que surgen en nuestra vida, si no tenemos un motivo claro para seguir adelante, todo puede sentirse abrumador. Los problemas parecen demasiado grandes, y es fácil perder las ganas de luchar. Pero, cuando encontramos un propósito, algo que nos motive, cualquier obstáculo, por complicado o doloroso que sea, se hace más llevadero.

Tener un motivo en la vida, algo que nos impulse, es lo que nos ayuda a superar las dificultades y encontrar sentido incluso en los momentos más duros. No hace falta que sea algo espectacular o profundo; puede ser algo sencillo, como querer mejorar en algo, vivir más momentos que nos dan felicidad, ayudar a otros, o simplemente aprender y crecer a través de lo que vivimos.

Ese “porqué” es lo que nos recuerda que no estamos aquí solo para pasar los días, sino para vivir con intención, encontrarle sentido a lo que hacemos y enfrentarnos a los desafíos con esperanza y fuerza.

La idea de que “quien tiene un porqué puede soportar casi cualquier cómo” cobra aún más sentido cuando pensamos en el sufrimiento, algo que todos, de una u otra manera, enfrentamos en la vida. El sufrimiento puede ser físico, emocional o mental, pero lo que realmente marca la diferencia no es tanto el dolor en sí, sino cómo lo interpretamos y le damos sentido. Si sufrimos sin entender por qué, es fácil sentirnos perdidos, vacíos, incluso desesperados. Sin embargo, cuando encontramos un motivo detrás de ese sufrimiento, algo que lo justifique o lo convierta en parte de un panorama más grande, deja de ser un castigo sin sentido para transformarse en una experiencia que nos enseña y nos hace más fuertes.

Viktor Frankl, un psiquiatra que vivió los horrores del Holocausto, en su libro “El hombre en busca de sentido”* dice que el sufrimiento es parte de ser humano, pero que la clave para soportarlo está en encontrarle un propósito. Según él, quienes tenían un motivo claro para seguir adelante, incluso en las circunstancias más extremas, eran los que tenían más chances de salir adelante. En su experiencia en los campos de concentración, el dolor físico era terrible, pero lo que realmente destruía a las personas era perder la esperanza. Por otro lado, quienes encontraban un “porqué” lograban resistir incluso las peores condiciones.

El sufrimiento, entonces, no siempre tiene que ser nuestro enemigo. No significa que lo busquemos o lo glorifiquemos, pero cuando llega, puede ser una oportunidad para reflexionar sobre nuestro propósito y crecer. Ese propósito puede ser cualquier cosa que le dé sentido a nuestra vida: el amor por alguien, una meta personal, la búsqueda de algo más grande o la simple esperanza de un futuro mejor.

Por ejemplo, una persona que enfrenta una enfermedad grave puede encontrar su “porqué” en el deseo de estar con sus hijos o en la esperanza de que sus esfuerzos ayuden a otros en el futuro. El dolor y las limitaciones seguirán siendo reales, pero tener una razón para enfrentarlos hace toda la diferencia.

En el fondo, el sufrimiento es parte de la vida, pero lo que nos permite superarlo no es evitarlo, sino encontrarle sentido. Cuando tenemos un “porqué”, podemos transformar el sufrimiento en algo que nos ayuda a crecer y nos muestra de qué estamos hechos.

A su vez, la esperanza, que no es solo desear que las cosas mejoren, sino confiar en que hay algo valioso al final del camino, juega un papel fundamental en esto, porque nos impulsa a creer que el dolor tiene un propósito más allá del sufrimiento mismo. Es esa chispa que nos mantiene firmes, que nos da fuerza para seguir luchando.

En definitiva, tener un “porqué” y mantener la esperanza nos permite enfrentar la vida, con todo lo bueno y lo malo, con más valentía y propósito. Es lo que nos ayuda a ver el sufrimiento no solo como un peso, sino como una oportunidad para transformarnos y acercarnos a aquello que le da verdadero significado a nuestra existencia.

¡Piensa bien y saldrá bien!

D.O.

* Editorial Herder. 3° Ed., 15° impr. 2022.
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