Si bien la corrupción es considerada como negativa y grave por la opinión pública, existe una cultura de entendimiento común que une y mantiene a muchos viviendo una realidad en la que todo parece ser no tan malo o corrupto. Sin importar las distintas extracciones sociales de las que proceden, o las ideologías a las que suscriban, gran parte de la ciudadanía, políticos o no, sostiene una narración que es funcional a la corrupción.
En principio, pareciera necesario que se debiera comenzar a deshacer esa cultura castigando los actos de corrupción. Pero el bajísimo número de condenas judiciales por corrupción constatan aquella dicha realidad.
Desde el año 2009 al 2021, según la oficina de Estadísticas del Poder Judicial hubo 998 casos denunciados e investigados, aunque según el Ministerio Público Fiscal de la Nación los casos fueron 1573, lo que, en principio demuestra una falta de precisión en los datos estadísticos. Pero, lo más importante es que se esos casos sólo se obtuvieron 13 condenas por soborno y por enriquecimiento ilícito. Por otro lado, no hubo declaraciones de inocencia en los restantes casos investigados, sino que, entre otras razones, finalizaron por prescripción de la acción penal, fallecimiento de la persona investigada, duración irrazonable de una causa, o meramente por la pérdida de las pruebas. Y todo ello, a pesar de que Argentina posee un arsenal legal para luchar contra la corrupción como las convenciones internacionales, el Código Penal, las leyes penales específicas; un sistema de jueces, el Ministerio Público Fiscal con Fiscalías especializadas; y organismos especializados como la Oficina Anticorrupción, la Unidad de Información Financiera, y la AFIP. (De Jesús, 2021)
Como afirma De Jesús, el primer problema para combatir efectivamente la corrupción pareciera estar en la falta de voluntad de hacerlo.
Sin dudas que es así porque aún una mayoría no se avergüenza de vivir en la deshonestidad.
¡Piensa bien y saldrá bien!
D.O.