Actuar con esperanza.

Ser optimista nos obliga a mantener la creencia de que vamos hacia todo lo bueno que nos está esperando irremediablemente. Y por eso no vemos la necesidad de hacer demasiado para dirigimos hacia ese objetivo que deseamos.

Ser pesimista, contrariamente a lo que en general pensamos, nos induce a lo mismo. Claro, que en este caso creemos que aquello que nos está esperando es tan malo a lo que pensamos o peor aún, Lo concreto es que tampoco habremos de detenernos a observar lo que hacemos. El objetivo, en este caso malo para nosotros, nos espera también irremediablemente.

Tal vez, la clave sea mantener una actitud ESPERANZADA, que implica “hacer” lo necesario para encontrar lo mejor, lo que más nos conviene. Accionado, insistiendo, perseverando, corriendo riesgos. Creando la idea que nos lleve a algún lugar deseado. Dando nada por sentado, por determinado de antemano.

Actuamos con esperanza  conceptualizando metas, buscando vías para acceder a ellas a pesar de los obstáculos, y manteniendo la motivación para utilizar esas vías. Actuando con esperanza se puede pensar en posibles maneras de llegar hasta donde pensamos que debamos ir. Empezar y seguir adelante.

Claro que podemos equivocarnos en lo que hacemos con la esperanza de estar haciendo lo necesario, lo correcto. Tener esperanza nos inquieta, y hasta nos angustia, porque aquello que hacemos esperanzadamente para que algo ocurra, podría no ocurrir.

Pero, al no considerar estar signados por porvenir alguno, sino que el único designio posible es el que surge de nuestro hacer cotidiano y esperanzado, siempre podemos volver a imaginar y hacer otra cosa distinta.

En fin, se trata de hacer. De no dar por sentado ningún porvenir, bueno o malo. De hacer lo que hagamos, con esperanza.

Piensa bien y saldrá bien!

D.O.

Esta entrada fue publicada en Contagiando valores. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *