¿El deprecio por la norma o la absoluta negación del otro?

La inobservancia de las normas es un rasgo arraigado en nuestra sociedad. Pero, no es la ausencia de normas lo que explica tal característica sino el acentuado desprecio a la normatividad.

Ante la emergencia sanitaria y a fin de proteger la salud pública, el gobierno nacional declaró el aislamiento social obligatorio para que todas las personas se mantengan en sus hogares. No obstante, hay ciudadanos que se empeñan en no acatarla, encontrándose entre ellos, no sólo los que opinan sobre la legalidad o interpretan su operatividad, sino los que directamente no cumplen con la cuarentena dispuesta poniendo en serio riesgo la salud de todos los otros que conviven con ellos, además de reafirma su poca o  ninguna inteligencia o su imbecilidad.

Lo llamativo de esta actitud, que por minoritaria no deja de ser altamente peligrosa, es que supera el mero desprecio por la norma. Dicho comportamiento fundamentalmente, da por tierra con la tendencia natural de los seres humanos que aparece ante todas las situaciones de crisis humanas. Cuando las personas nos encontramos en un nivel básico donde la solidaridad está siempre presente, sin siquiera reclamarla y mucho menos imponerla.

¿Qué es lo que esta sucediendo en estas personas? Es evidente que no incluyen a los demás en su propio mundo. Por lo tanto, no pueden ocuparse del bienestar de esos otros con quienes conviven. Sencillamente, no ven a los otros aunque los miren. Por lo tanto, tampoco puede importarles lo que a esos otros les sucede. Mucho menos preocuparles  las consecuencias de sus acciones sobre ellos.

En nuestra historia como país hemos jugado demasiado con los discursos que justifican la negación del otro. Por diferencia física, pensamiento, idea, por lo que sea. Se ha constituido en un ejercicio estúpido y macabro de nuestra sociedad. Negar al otro, no reconocerlo, se nos ha impregnado hasta insensibilizarnos profundamente aún en la grave situación actual que nos reclama rápida e imperiosamente una posición amorosa y solidaria basada en la comunión de intereses y deseos.

Hoy, es imperioso revertir esa tendencia y hacer del país una unidad con un propósito común, dentro de la cual todos los argentinos seamos aceptados como miembros válidos para convivir. Sólo si aceptamos a los demás, éstos tendrán presencia para nosotros y podremos a partir de allí, preocuparnos genuinamente por los que les sucede. Y, entonces, si queremos, podremos hacer algo por ese otro que lo necesita. No antes.

Ha llegado el momento, se trata de aceptar a cualquier argentino como un  legítimo otro para convivir, para colaborar, aunque no lo conozcamos y aunque mantengamos nuestra diferencias. 

Si lo deseamos no resulta imposible. Los seres humanos estamos hechos para ello. Y, todo comienza con mirarnos para poder reconocernos, ni mas ni menos.

Piensa bien y saldrá bien!

D.O

Esta entrada fue publicada en Contagiando valores. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *