Está relacionado con despojarnos de las creencias que gobiernan nuestra existencia; que impulsan nuestras emociones y por lo tanto, nuestras decisiones. En este caso, especialmente intentar dejar de lado las creencias sobre nuestro porvenir.
Ser optimista, por ejemplo, nos obliga a creer que nos encaminanos hacia todo lo bueno que nos está esperando irremediablemente. Y por eso no vemos la necesidad de disminuir la velocidad a la que nos dirigimos hacia ese objetivo deseado.
Ser pesimista nos induce a lo mismo. Claro que en este caso creemos que aquello que nos esta esperando es tan malo a lo que pensamos o peor. Lo concreto en este caso, es que tampoco habremos de detenernos o disminuir nuestro paso hacia ese objetivo ya señalado que nos espera, también irremediablemente.
Tal vez, la clave sea ser esperanzado. Situándonos en la esperanza de “hacer” lo necesario para encontrar el bienestar. Accionado, insistiendo, perseverando y corriendo riesgos al enfrentar lo que nos acosa y buscamos superar.
Claro que podemos equivocarnos en lo que hacemos en la esperanza de estar haciendo lo necesario. Pero, como no consideramos estar signados por porvenir alguno, siempre podemos volver a intentar y hasta hacer otra cosa distinta.
Ayuda, necesariamente, dejar de creer también en que no se puede cambiar de opinión y menos de dirección. Es más. No deberíamos aceptar que sea imposible cambiar una conducta que nos perjudica por otra que nos beneficie.
De esta manera, “haciendo” con esperanza, dando nada por sentado, por determinado, podemos mantenernos en un movimiento mas lento. A una velocidad que nos permite observar el camino que recorremos. Sin perdernos su mejor parte, la de cada momento, aquí y ahora.
Y mientras tanto -todo sucede mientras tanto- podemos también ir aprendiendo algo nuevo. Algo, que de ir a mayor velocidad, seguramente se nos hubiese pasado por alto.
DO.
Piensa bien y saldrá bien!