Que es lo que creemos. Esa es la cuestión.

El apego a una creencia determinada está originado por otra creencia de base, la de que sinpañuelo verde  (2) esa creencia no es posible vivir. Pero, paradójicamente, aunque pensemos que el apegarnos a ciertas creencias nos da seguridad, es precisamente ese apego lo que nos impide desarrollar un más amplio espectro de nuevas creencias que nos permitan adaptarnos a los cambios que necesitamos para vivir bien. Ello, por el miedo a perder todas las creencias que nos han transmitido y a las que estamos totalmente acostumbrados. No es la nueva situación la que nos da miedo, sino el recuerdo vívido de otras situaciones que nos contaron o que hemos vivido anteriormente con una angustia que no hemos sabido resolver. Por ejemplo, si aprendimos el miedo al agua porque recibí la señal de que si me acerco a una piscina puedo morir ahogado, será difícil que pueda ser luego un buen nadador, aunque tenga al mejor profesor de natación.

Ante la legalización o no de la interrupción voluntaria de un embarazo, las profundas creencias que hemos ido adquiriendo culturalmente -y los miedos que subyacen en ellas- nos llevan a discutir en términos extremos de sí o no al aborto. Es más, de sí o no a la vida. Cuando discutir la necesidad de una legislación que permita la interrupción voluntaria del embarazo, no debiera implicar la negación de la vida o el derecho a la ésta. O por lo menos no debiera implicarse parcialmente, toda vez que el aborto clandestino afecta la vida y la salud de las mujeres en general y en particular de las más vulnerables. Pero nuestras creencias nos impiden la observación hasta de esa realidad elocuente.

Así, negamos o soslayamos que la falta de servicios de atención obstétrica de emergencia o la negativa a practicar abortos son causas muchas veces de mortalidad y morbilidad materna. Y que ello, a su vez, conforme una violación del derecho a la vida, y, en determinadas circunstancias, pueden constituir tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes. También, nos impide observar, el hecho de que restringir el acceso al aborto no reduce el número de abortos. En el mundo, en los últimos años, se ha disminuido el aborto, y se estima que la legalización de la práctica ha sido el factor que más ha contribuido a ello.

Aún más profundas son nuestras creencias sobre el inicio de la vida. El cual, evidentemente, ha ido variando según el tiempo y los lugares. Por ejemplo, buscando fundamento legal a sus posturas, quienes están en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, consideran que un aborto es la desaparición de un niño por nacer y que así lo establecen las normas nacionales y supranacionales a las que nuestro país adhiere. Mientras que quienes están a favor, en cambio, sostienen que si bien la ley argentina determina que la existencia de la persona humana comienza con la concepción (Art. 19 del Código Civil y Comercial de la Nación), a su vez, sienta como principio que, si no se nace con vida, se considera que la persona nunca existió (Art. 21), entonces una cosa es morir y otra cosa es no existir.

Como sea, y sin perjuicio de la debida atención y respeto de todas las posturas -y de las creencias en las que se fundan- lo cierto es que la disputa dichos términos nos aleja de la presente realidad.

Nos alejamos, tanto de la observación de las cifras objetivas que señalan que los abortos anuales realizados en nuestro país demuestran que la penalización del aborto fracasó en todo sentido y que la situación actual patentiza una reprochable discriminación con motivo de la condición social de las mujeres pobres que arrasa con el derecho a la vida y la salud; cómo de la observación del dolor de las mujeres que adoptan la decisión de interrumpir su embarazo, y que para ninguna mujer el aborto es festivo o indiferente.

Debiéramos permitirnos discutir el tema con la disposición consciente a deshacernos de lo que teníamos creído y planeado sobre la cuestión, con el fin intentar realizar lo que hoy nos espera y que ahora  nos está llamando a actuar.

Hoy podemos discutir la implementación de la mejor legislación posible, que incluya necesariamente políticas de prevención de los embarazos no deseados, que brinde información y acompañamiento a las mujeres que tienen embarazos no deseados para asegurar que tomen su decisión teniendo en cuenta todas las alternativas disponibles, y  que produzca un entorno médico seguro y accesible para la interrupción voluntaria del embarazo.

La vida es hoy. El debate sobre la interrupción voluntario del embarazo no debería estar contaminado por las creencias que fuimos adquiriendo en un pasado que ya no existe.

Piensa bien y saldrá bien.

DO.

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