Sobre la vigencia del rol del adulto en la formación de los jóvenes.

Había construido una visión personal acerca de la formación de adolescentes. Sobre suestado, sus necesidades, sus alcances. Y lo hice desde mi perspectiva como docente de nivel terciario y universitario, y con la influencia de mis antecedentes de mi anterior experiencia en la enseñanza secundaria, allá en los fines de los años ochenta. A lo que se sumaba por supuesto, mi propia experiencia como padre de adolescentes y estudiantes secundarios de la década de los noventa. Ahora bien, a partir de mi reencuentro con la enseñanza de estudiantes secundarios hace cuatro años, he debido reestructurar sensiblemente lo que creía al respecto.

Logros significativos en el área de educación, como el aumento de la alfabetización, de la obligatoriedad de una educación básica extendida, y el mayor presupuesto educativo, se han dado, en el área de educación secundaria juntamente a otras tendencias sociales menos deseables. A las escuelas, en general les resulta cada vez más difícil mantener la disciplina, y la falta de respeto de los alumnos por los maestros se convirtió en una práctica más habitual de lo esperable. Y a su vez las escuelas contribuyen al mal comportamiento de los alumnos al hacer más hincapié en sus derechos, pero no en sus responsabilidades.

Muchas de las prácticas habituales de las escuelas enseñan a los alumnos a no apreciar el trabajo duro, el esfuerzo personal, la diligencia y la perseverancia. En particular, el hecho de que se permita que los alumnos entreguen sus trabajos fuera de plazo o simplemente no los entreguen, así como que se reduzcan objetivos académicos y planes didácticos por la presión ejercida por propios alumnos y a veces por padres, les ha enseñado que el sentido de responsabilidad carece de importancia.  No sólo se ha abreviado el espacio de tiempo que los estudiantes dedican a leer, escribir y ejercitar las materias escolares, sino que se redujo el nivel de autodisciplina que se espera de ellos, y del que son absolutamente capaces.

En suma, el espíritu anárquico, individualista y hedonista de la actualidad no favorece la misión educativa de las escuelas, como tampoco favorece el intelecto, la salud ni el bienestar de los jóvenes.

Pero lo que más me ha llamado la atención es que los adultos, en el rol que les toque asumir respecto de la formación de los menores, cada vez con mayor frecuencia los adultos reniegan de su responsabilidad de vigilar el comportamiento personal y cívico de los jóvenes, dejándolos sin supervisión adecuada y sin puntos de referencia de carácter moral. Estos adultos concretamente impiden el normal crecimiento de los jóvenes dado que no asumen la responsabilidad que les corresponde en el ejercicio de la cuota necesaria de autoridad en el proceso de formación. Las investigaciones actuales arrojan que en Argentina, sólo tres de diez adolescentes tienen padres al tanto de sus tareas. Y la mitad de esos padres no saben que hacen sus hijos en su tiempo libre*.

No obstante, mi renovada visión de la situación no es para nada negativa. Observé que los adolescentes aún reclaman (aunque en forma algo diferente a como lo hacíamos nosotros, los ahora adultos) que se los apoye y se los guíe en su crecimiento. Y verifiqué que los tiempos modernos y “virtuales” no impiden en absoluto que el proceso de desarrollo esté enmarcado tanto por el pleno ejercicio de la libertad, como por el ejercicio de la autoridad en tanto sea necesaria.

Y fundamentalmente, mi trato con los actuales adolescentes convalidó mi idea sobre sus tremendas capacidades y potencialidades para adaptarse y modificar su entorno. Por lo que confío en que nuestros hijos y estudiantes se comporten de manera distinta a la adoptada por la mayoría de sus adultos.

D.O.


* Según la Encuesta Mundial de Salud Escolar realizada en nuestro país por los Ministerios de Salud y Educación conjuntamente y de la que participaron mas de 28.000 chicos escolarizados de entre 13 y 15 años, de 250 escuelas del todo el país.
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