Creí en una justicia social que conocí por medio los cuentos apasionados de mis abuelas, ambas peronistas y que habían participado de alguna forma en aquellos momentos del 45 al 55, y que referían a momentos maravillosos y más justos. A su vez, frente a la pasión de mis abuelas, estaba el silencio de mis abuelos, sus esposos, y que dedicaron todos sus días a trabajar uno como albañil y otro como zapatero remendón. Lo que significaba para mí la confirmación de la postergación, la opresión, y la falta de libertad que, no dudaba, vivíamos en los años setenta.
Por lo tanto, a mi tiempo, creí que debía contribuir a una “revolución” que nos devolviera a todos en ese añorado lugar. Entonces, siempre creyendo, adopté la ideología y las acciones supuestamente revolucionarias que me ofrecía y proponía el movimiento de la “maravillosa juventud peronista”, aquella de Perón del 73.
En tal sentido, y para mencionar algunas de mis irreflexiones, recuerdo que no dudé en apoya a la toma de mi querido Colegio Nacional incluyendo la remoción de sus autoridades, que por supuesto, también sin dudas, los consideré afines al régimen dictatorial previo al gobierno revolucionario y que por lo tanto debían pagar el precio de años de educación sectaria y oligárquica. Ello, aunque un año antes había elegido ir a ese colegio por ser estatal, libre, laico, y señero en mi barrio en eso de albergar y expedir jóvenes al trabajo o a los estudios superiores.
También, suma al anecdotario, que desde mi supuesto activismo revolucionario en la resucitada Unión de Estudiantes Secundarios, a la que religiosamente concurría con fines menos deportivos que místicos, intentando denodadamente que quien se me acercara terminara entendiendo el gran logro reivindicativo que significaba recuperar “para todos”, tal espacio deportivo. Aunque como no podía pagarme un club privado, yo ya concurría a hacer deportes allí cuando el predio era el Centro de Educación Física Nro.1, y por supuesto que gratuitamente.
Lejos estoy desde aquel año 76 de cualquier ideología, ya que impiden toda reflexión necesaria a su respecto. Cuanto mas seguros se está de creer en ellas, menos nos llegamos a preguntar el porqué creemos, y mucho menos aún, porqué cree el otro en lo que cree. En realidad, además, nuestra actualidad país nos demuestra, que estamos lejos de lograr alguno de los objetivos que dichas ideologías sostuvieron.
Pero, asimismo, a mis 60, intento estar apartado de cualquier creencia absoluta. El dar todo por sentado, el creer sin preguntarme, y sin preguntar a otros con diferentes puntos de vista, me quitó la posibilitad de valorar mejor aquél silencio de mis abuelos. Quienes aún pesar de la postergación, la opresión, y la falta de libertad, me estaban indicando silenciosamente, el camino del trabajo y de la perseverancia en la búsqueda de cualquier bienestar para uno mismo y los suyos más allá de los vaivenes de las ideologías políticas del momento.
Me estaban mostrando lo innecesarias, inútiles y hasta dolorosas que resultan todas disputas sobre ideologías cuando no hay espacio de reconocimiento y aceptación del otro.
Pero sobre todo, me estaban enseñando el respeto por lo que el otro puede pensar.
Por ello, desde hace tiempo que mi contribución como ciudadano consiste en reflexionar e identificar cuales de mis actos de todos los días demuestran un modo de convivir respetando a los demás y mirándolos como parte de un proyecto en común de ciudadanía democrática cada vez más equitativa.
Ese es el compromiso que tengo por la lucha en la que sigo embarcado y en la que mis abuelas y abuelos me introdujeron con pasión y con silencio.
Piensa bien y saldrá bien!