Los niños necesitan moverse para pensar.

Recién salido del profesorado, una Mamá, vecina de mi barrio, preocupada por el desempeño escolar de su hijo de 10 años de edad, me pidió ayuda con los problemas que el niño tenía especialmente con matemáticas y lengua. Pero además me refirió que sus maestras se quejaban porque decían que no atendía ni se quedaba quieto en el aula durante las clases: Y le habían confirmado, que según el estándar del colegio, lo segundo estaba directamente relacionado con lo primero.

Lo había intentado todo, me dijo la madre. Junto a su esposo habían ido desde el apoyo, a la sanción y la penitencia al revoltoso. A la contratación de un docente del colegio para sumar horas de estudios en forma particular a su escolaridad habitual. El resultado: ni la tabla del dos podían hacerle aprender de memoria, por más de las horas en que el niño permanecía en el escritorio de su cuarto estudiándolas.

Gracias a sus padres, y a que esto sucedió a principios de la década del 80, este niño no fue medicado por lo que hoy conocemos como el síndrome de desatención o algo parecido. Actualmente es muy frecuente la medicación de niños inquietos y/o “voladores” o “en babia” como éste. Quien se haya parado frente a chicos en un aula últimamente, pudo observar seguramente a niños que más que tranquilos y muy lejos de estar atentos, se encuentran en un verdadero limbo. Y que estos chicos son precisamente los que están en “tratamiento” por su desatención o hiperactividad en clase.

Entonces, desesperado por poner en práctica mis cuatro años de profesorado acepté hacer de “maestro particular” del hijo de mi vecina. Y el día de la primera clase en su domicilio, mi nuevo alumno me recibió en el patio de su casa con una pelota de futbol bajo el brazo. Razón por la cual se me ocurrió que para ir conociéndonos prefería jugar unos momentos con él, pateándole penales en un arco improvisado en el garaje de su casa.

Entonces le fui preguntando primero sobe él, su familia, sobre las cosas que le gustaba hacer. Luego sobre que le parecía difícil de sus materias, que le parecía más fácil, que le gustaba y que no del colegio. Y de repente nos encontramos practicando las tablas de multiplicación.

“3 x 2”, decía yo. Y él chico respondía el resultado, para que yo pudiera patearle intentando anotar un gol. Si no acertaba en la ecuación, yo no le pateaba. Y si acertaba pero yo no convertía un gol, no cambiábamos de rol. Él no pasaba a patear y yo a hacer de arquero. El juego se detenía con cada pregunta, y sólo  se reanudaba si el movedizo alumno contestaba sin error al interrogante. Así, al terminar la hora casi no existía ya solución de discontinuidad entre pregunta y respuesta. Y el juego se hizo dinámico. O sea casi no había errores en el niño al contestar sobre las ecuaciones matemáticas.

Ya en la segunda clase, guardé mis cuadernos y libros de texto, y las clases o “desafíos de penales a domicilio” fueron la metodología elegida por ambos y se sucedieron durante días, y también se sucedieron en los temas que tratábamos.

En poco tiempo fuimos notando que el niño fue superando los problemas no sólo con las materias,  sino con su atención y hasta su compromiso con distintas tareas. En su casa y en la escuela.

Por ello, con su Mamá visitamos a los educadores del niño y les contamos la experiencia, y logramos que se tuviera en cuenta en todo lo posible – eran los ochenta y la rigidez en clase era muy mayor que ahora-  que se le permitiera ejercer movimientos corporales mientras trabajaba.

El ex niño estudiante, “arquero/pateador de penales” es hoy un exitoso y fundamentalmente FELIZ profesional de la educación física, que no ha tenido mayores problemas para culminar sus estudios primarios, secundarios, y terciarios. Y no sabíamos, los padres del niño y yo, en aquellos tiempos,  aunque lo intuíamos, que el movimiento fue una herramienta que se debía integrar al entorno educativo y de gran ayuda para el proceso de aprendizaje. Pero nunca una distracción de ella.

Actualmente, mi trabajo en clase me permitió observar que el movimiento y la actividad física son imprescindibles para el desarrollo del cerebro, el rendimiento académico y la autorregulación. Y los niños de hoy necesitan aún más movimiento físico y más a menudo, para una mejor función cerebral.

Pero además, hoy son múltiples las Investigaciones especializados que defienden al movimiento como una forma de apoyar los estados emocionales del niño en situación de aprender. Y que han demostrado que el movimiento corporal afecta directamente a la química del cerebro.

Ya no hay dudas de que cuando cambiamos nuestro movimiento a través del estado físico o relajación, por ejemplo, podemos cambiar nuestro estado emocional. El movimiento apoya la cognición en general, la función cardiovascular, el metabolismo y la regulación bioquímica en el cuerpo. Y los estudios realizados sobre niños en edad escolar, demostraron que mientras más es la actividad física cada día, con el tiempo, mayor es atención, la resolución de problemas y la toma de decisiones.

Entonces, hechos concretos como permitir más movimiento en el aula durante las clases, como los cambios de posición en los pupitres o ponerse de pie, o caminar, mientras los niños hablan y escuchan, impulsan la función cerebral y el rendimiento académico en el ámbito educativo. Sin embargo nuestro sistema educativo aún se empeña en  enseñar a los niños a sentarse y además les decimos que lo hagan  “como si fueran adultos”.

Pero incluso los adultos no podemos quedarnos quietos todo el tiempo.

Por ejemplo, ahora mismo, es probable para escribir este texto esté sentado relativamente quieto, pero en forma generalmente inconsciente, incurra en distintos movimientos mientras escribo y proceso la información que deseo expresar. Es posible que cruce las piernas,  rebote insistentemente mi pie  contra el piso, mueva mi cabeza a un lado o al otro,  juguetear con mi teclado, chequee reiteradamente m i celular por sui ingresó algún mensaje, o tal vez cambie de posición, pase mi peso de un lado al otro en mi silla, o me incline hacia atrás en la misma.

¡Me muevo! seguramente en forma más sutil que un niño o un adolescente, pero me muevo al fin. Y lo hago porque sin darme cuenta, y según las investigaciones más modernas,  cuanto más a menudo me permito hacerlo, mejor serán mi salud cardiovascular, mi metabolismo y  mi cognición. Y es que los seres humanos estamos neurológicamente y físicamente diseñados para movernos a medida que aprendemos y pensamos, y si no podemos movernos, el cerebro da prioridad a la atención de lo que nuestro cuerpo necesita, sobre el aprendizaje y el procesamiento de la nueva información.

El cerebro necesita el movimiento de la misma manera que necesita alimentos, y la ciencia confirma que el movimiento frecuente o la actividad física afecta el metabolismo, los niveles de azúcar en la sangre, la función cerebral y la función cardiovascular. No hay duda de que hay que  poner más énfasis en como insertar movimientos al tiempo en que los niños se encuentran aprendiendo.

Pero además, si observamos mientras hablamos por teléfono, los humanos generalmente nos movemos, paseamos, caminamos, o simplemente garabateamos o dibujamos algo mientras escuchamos y hablamos. Y hay una razón neurológica para eso y que tiene mucho que ver con la convergencia de dos nervios en el cerebro. El nervio que transmite información de movimiento y el nervio que transmite la información de sonido en el cerebro se unen para formar el octavo nervio craneal, que se llama el nervio vestíbulo coclear.  Y cuando se estimula cualquiera de estos dos nervios, estimula también al otro. Por ello nos movemos cuando escuchamos música. Es así que en el aula cuando los niños escuchan una instrucción, generalmente comienzan a moverse. Y eso no es sólo porque los niños son niños, sino que esa es la manera en la que nuestros cerebros están construidos.

Si somos serios acerca de ayudar a los niños a lograr el éxito académico, tenemos que tomar decisiones conscientes acerca de la incorporación de un movimiento más cotidiano en el hogar y el entorno de aprendizaje.

Debemos estar atentos entonces, tanto en los que hacemos con los niños en nuestras actividades en casa, ingresando movimiento a las de por sí pasivas “actividades” tecnológicas. Como así también a como se incorpora el movimiento en sus horas de clase en el colegio. Mantener a los niños sentados en la mayor parte del día les niega las mejor posibilidades de desarrollo en todo sentido.

Paradójicamente, la mayoría de los padres queremos ver a nuestros hijos a ser físicamente activos. Pero creemos que la adición de más actividad física al día educacional es un conflicto con las tareas “más productivas”, como la enseñanza obligatoria en el currículo de matemáticas, ciencias y lenguaje. Pero en realidad el movimiento corporal es una herramienta que se integra en el entorno educativo y de gran ayuda para el proceso de aprendizaje, no una distracción de ella.

Piensa bien y saldrá bien!

D.O.

Fuente: “Move to Think: Why kids need more movement for brain function & what we can do about it.” http://www.yogapeutics.com/
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