“Los tipos con suerte, son quienes se negaron a asumir el gran error anticreativo: creer que sólo unos pocos superdotados tienen talento.” Ken Robinson.
Un día visitando un colegio vi a una niña de seis años concentradísima dibujando. Le pregunté: “¿Qué dibujas?”. Y me contestó: “La cara de Dios”. “Nadie sabe cómo es”, observé. “Mejor – dijo ella sin dejar de dibujar-, ahora lo sabrán”.
Todo niño es un artista porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse, hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él. Claro que podría decirse que los niños también se equivocan si se compara el dibujo de esa niña con la Capilla Sixtina, pero si por ejemplo se la deja dibujar a Dios a su manera, esa niña seguirá intentándolo. El error en el colegio es penalizar el riesgo creativo.
Los exámenes estandarizados hacen exactamente eso. No es que hay que estar en contra de los exámenes, pero sí de convertirlos en el centro del sistema educativo y a las notas en su única finalidad. La niña que dibujaba nos dio una lección: si no estás preparado para equivocarte, nunca acertarás, sólo copiarás. No serás original.
¿Se puede medir la inteligencia? La pregunta no es cuánta inteligencia, sino qué clase de inteligencia tienes. La educación debería ayudarnos a todos a encontrar la nuestra y no limitarse a encauzarnos hacia el mismo tipo de talento.
Nuestro sistema educativo fue concebido para satisfacer las necesidades de la industrialización: o sea buscar y fomentar el talento sólo para ser mano de obra disciplinada con preparación técnica jerarquizada en distintos grados y funcionarios para servir al Estado moderno. Y si bien la mano de obra aún es necesaria. ¡La industrialización ya no existe! Estamos en otro modo de producción con otros requerimientos, otras jerarquías. Ya no necesitamos millones de obreros y técnicos con idénticas aptitudes, pero nuestro sistema los sigue formando. Así indefectiblemente aumenta el desempleo.
Pero se nos repite: ¡innovación! Y quienes la piden son los mismos que la penalizan en sus organizaciones, universidades y colegios. Hemos estigmatizado el riesgo y el error y, en cambio, incentivamos la pasividad, el conformismo y la repetición
Y no hay nada más pasivo que una clase en una institución educativa. Las clases son pasivas porque los incentivos para estar calladito y tomar apuntes que luego repetirá son mayores que los de arriesgarse a participar y tal vez meter la pata. Así que, tras 20 años de educación en cinco niveles que consisten en formarnos para unas fábricas y oficinas que ya no existen, nadie es innovador.
¿Cuáles son las consecuencias? Que la mayoría de los ciudadanos malgastan su vida haciendo cosas que no les interesan realmente, pero que creen que deben hacer para ser productivos y aceptados. Sólo una pequeña minoría es feliz con su trabajo, y suelen ser quienes desafiaron la imposición de mediocridad del sistema.
Los tipos con suerte, son quienes se negaron a asumir el gran error anticreativo: creer que sólo unos pocos superdotados tienen talento. Y ¡Todos somos superdotados en algo! Se trata de descubrir en qué. Esa debería ser la principal función de la educación. Hoy, en cambio, está enfocada a clonar estudiantes. Y debería hacer lo contrario: descubrir qué es único en cada uno de ellos.
La creatividad no viene en los genes. Es puro método. Se aprende a ser creativo como se aprende a leer. Se puede aprender creatividad incluso después de que el sistema nos la haya hecho desaprender.
Por ejemplo, en el instituto donde recibieron clases de música Paul McCartney y George Harrison, ¡el profesor de música tenía en su clase al 50 por ciento de los Beatles! Y nada. Absolutamente nada. McCartney ha explicado que el “profesor” es ponía un disco de música clásica y se iba a fumar al pasillo. Pero a pesar del colegio, fueron genios.
Observemos también: A Elvis Presley no lo admitieron en el club de canto de su colegio porque “desafinaba”. A Ken Robinson experto mundial en educación de la creatividad e innovación, un incapacitado motriz por efecto de la poliomielitis, en cambio lo admitieron en el consejo del Royal Ballet de Londres. ¡Una gran diferencia de fomentar y aprovechar talentos!
En el Royal Ballet, Robinson conoció a alguien que había sido un fracaso escolar a sus ocho años de edad. Era una niña incapaz de estar sentada oyendo una explicación. Era lo que hoy conocemos como una niña hiperactiva.
Aún no se había inventado el síndrome de hiperactividad o el de falta de atención, pero ya se habían inventado los psicólogos, así que la llevaron a uno. Y era muy bueno: habló con ella a solas cinco minutos; le dejó un radio sintonizado con música y fue a buscar a la madre a la sala de espera; juntos espiaron lo que hacía la niña sola en el despacho y… ¡estaba bailando! Pensando con los pies. Es lo que le dijo el psicólogo a la madre y así empezó una carrera que llevó a esa niña, Gillian Lynne, al Royal Ballet; a fundar su compañía y a crear la coreografía de Cats o El fantasma de la ópera con Lloyd Webber.
Si hubiera hecho caso a sus notas, hoy sería una frustrada. Sería cualquier cosa, pero mediocre. La educación debe enfocarse a que encontremos nuestro elemento: la zona donde convergen nuestras capacidades y deseos con la realidad. Cuando la alcanzas, la música del universo resuena en ti, una sensación a la que todos estamos llamados.
D.O.