El “Para Qué” de la educación debe preceder al “Cómo”

El nuevo comienzo de un año escolar es natural que nos encuentra ocupados sobre la escolaridad de nuestros niños. Pero me animo a afirmar que muchos no estamos dedicando tiempo a reflexionar sobre el “para qué” debemos educar nuestros niños. “Para qué debemos educarnos”. Lo damos por sentado sin haber pensado mucho en la respuesta, no obstante que el “Para Qué” de la educación debe siempre preceder al “Cómo” educarnos, o “Cómo” educar.

La educación es un factor individual que pude influir directamente en lo que somos como personas. Y además es el único instrumento revolucionario válido que permitirá nuestra movilidad dentro de la sociedad a la que pertenecemos.

Pero fundamentalmente, la educación no es solo aprender las habilidades para ganarnos la vida de la mejor forma posible y escalar en el estrato social, sino que es aprender a comprender la vida misma. Comprensión que pasa por reconocer que existe una misión que tenemos que realizar, una misión que cada uno de nosotros tiene en esta vida, y por medio de la cual, usando las capacidades y talentos únicos que trajimos con nuestra existencia, podemos vivir una vida significativa, productiva, virtuosa. Por ello es que educarnos es necesario para sensibilizarnos y comprometernos, con un bien mayor que el de nuestros propios deseos.

Ahora bien, a los niños les enseñamos matemáticas para que puedan pensar de un modo organizado. Les enseñamos idiomas para que puedan comunicar sus ideas. Les enseñamos ciencias para que puedan comprender las propiedades físicas del mundo en el que viven. Y todo ello está bien, pero ninguna de estas disciplinas afectará necesariamente el modo en el que el niño actuará moralmente en su vida diaria. De modo que impartir información es apenas un componente de la educación.

Una verdadera educación para la vida consiste en enseñarles a los niños que tienen una responsabilidad no negociable con vivir moral y éticamente. Esa educación los sostendrá individualmente y creará un mundo mejor para sus hijos y por las generaciones por venir.

Y en este punto, el de educar, es interesante observar y comprender que la educación nos enfrenta siempre con la paradoja de la infancia: Por una parte un niño no tiene la capacidad de distinguir realmente el bien del mal, y mucho menos la madurez para elegir el bien en mérito propio y rechazar el mal solo porque es malo.; pero por otro lado, es durante la infancia cuando se forma la psiquis y el carácter de una persona. De modo que a los niños debe enseñárseles buenos hábitos, a reconocer el bien del mal, mucho ante de que pongan un pie en la escuela. Permitirle a un niño a que crezca y que elija su propio conjunto de valores, creyendo que no debemos infringir las libertades individuales, es tan absurdo como si un padre le diera al hijo la libertad de vacunarse o no.

A medida que una persona crece y se forman sus valores y su personalidad, se vuelve cada vez más difícil afectar su visión general del mundo. Un ser humano es como un árbol. Si se hace una marca en una rama de un árbol crecido, se afecta solo esa rama. Pero si se hacer el más mínimo rasguño en una semilla, afecta al crecimiento de todo el árbol.

D.O.

Fuente: Enseñanzas de Menajen Mendel Schneerson. Creador de más de dos mil instituciones educativas en todo el mundo. en 1978, el gobierno de los Estados Unidos, designó la fecha de su cumpleaños, como día de la educación en los EE.UU.

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