¿La democracia que deseamos abarca a todas y todos?

Por mi parte deseo una democracia como forma de vida política que permita crear espacios de conversación y participación parar todos los miembros de la comunidad que la adopta. Espacios en los que se discuta desde las distintas visiones políticas, siempre un proyecto común.

Soy consciente de que para vivir en esa democracia, todos los asuntos de la comunidad deben ser considerados públicos, es decir, accesibles a la mirada, a la reflexión, a los comentarios a las propocisiones y a las acciones de todos los miembros de la comunidad, de modo que nadie pueda aporpiarse de ellos. Y de que es precisamente ese proyecto común el que impedirá la apropiación de los asuntos públicos por parte de las distintas ideologías políticas que se constituyen en la apropiación de la verdad y que por lo tanto niegan a todos los que no comparten la misma creencia.

Y estoy convencido de que, si bien la democracia posee los mecanismos de elecciones de autoridades transitorias, precisamente para evitar la apropiación de los asuntos de la comunidad por una persona o un grupo, la única forma de evitar realmente la apropiación de los asuntos públicos por alguien o algunos, es vivir inmersos en la vida democrática, entendiendo que la democracia no es cuestión de poder ni de mayorías, sino de colaboración en un proyecto común.

Ahora bien, ¿Realmente los argentinos deseamos una democracia que relegue la lucha de ideologías que siempre se transforman en eternas o se resuelven con la negación del uno o del otro?

Somos todos los argentinos, comunes y corrientes, anónimos y cotidianos los que hemos construído, con nuestros haceres como ciudadanos, nuestro presente político. Y nuestros gobernantes son solo nuestro reflejo. En tal sentido, casi sin solución de discontinuidad, desde que decidimos abrazar una democracia republicana y federal, hemos contribuido a una cultura de la negación del otro como un legítimo otro para convivir, sea por la “razón ideológica” que nos hayamos creado oportunamente para sostener tal negación.

Nuestra historia es lamentable ejemplo del paupérrimo desarrollo como democracia y como república que nos hemos conseguido a partir de lo supuestamente perfecto que sugirieron siempre las ideologías políticas, cualquiera haya sido ésta y el gobierno de turno que la haya sostenido como bandera.

Si somos honestos al declarar que queremos vivir en democracia debemos por medio de nuestra conducta, generar espacios donde escucharnos en el mutuo respeto, en el reconocimiento de la validez del otro como tan ciudadano como uno,  y en la confianza de que buscaremos hacer lo que nos inspira en común. Que debiera ser alcanzar el mayor y mejor  bien-estar para todas y todos, más allá de la visión política que tengamos de como lograrlo.

Podemos comenzar por tomar conciencia de que básicamente vivimos las consecuencias de nuestros pensamientos. Por ello, si como ciudadanos pensamos en el miedo a vivir en verdadera democracia, viviremos las consecuencias del miedo que pensamos y tendremos experiencias que probarán que tenemos razón de tener miedo.

Me resisto por mi parte a tener que inventar nuevas disculpas supuestamente “honestas” por no haber hecho lo que tenía que hacer como ciudadano. Por seguir generando, más desencuentro, y más dolor con mi falta de aporte a una vida verdaderametne democrática.

Me propongo en cambio, comenzar por pensar sin miedo en la democracia que deseo. Y a no tener miedo de vivirla.

Piensa bien y saldrá bien!

D.O.

Fuente:
Humbertro Maturana. El Sentido de lo Humano. Ed. Dolmen. 1996.

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