“…para hablar como es debido a los jóvenes (con intención educativa, claro está) lo primero es prescindir de los halagos. Quienes comienzan a tratar con ellos haciendo un panegírico de su autenticidad, rebeldía, altura de miras, etc., son en le mejor de los casos pésimos maestros y en el pero auténticos bribones. Me refiero a jóvenes en el sentido estricto del término, los menores de edad que aún no gozan de la plenitud de derechos civiles pero ya no son niños, es decir han pasado la pubertad….”
“Cuando se habla de temas relevantes y no por puro pasatiempo, el adulto que pretende ayudar a los jóvenes (es decir, educarles) debe aceptar su papel de razonable obstáculo, de relativo frustrador de expectativas tumultuosas.”
“… el joven siente la impaciencia y el fastidio de haber llegado a un mundo mal hecho y verse en la necesidad de enmendarlo. El adulto debe representar ante él la relalidad de ese mundo imperfecto, no para legitimar sus defectos sino para mostrarle que no son en la mayoría de los casos, simples caprichos o muestras de mala fe sino pruebas de la dificultad de convivir organizadamente con otros seres libres. En ocasiones, los aspectos menos amables del mundo son el precio de evitar males aun mayores y menos remediables. Convertirse en portador de esa mala noticia hace que el educador siempre caiga en ciertos momentos antipático a los neófitos. No tiene otra forma de ser honrado y cumplir su misión, porque cuanto crece -para hacerlo realmente- debe apoyare en lo que le ofrece resistencia, como la hiedra. Esto implica un equilibrio difícil, puesto que frustrar en ciertas ocasiones no significa desanimar en todas ni mucho menos acabar con los deseos juveniles de transformar y mejorar lo que hoy esta vigente. El educador debe encarnar el papel de conformista sólo para que el inconformismo de los jóvenes siga vías razonables.
Fuente: Savater Fernando.”Figuraciones mías. Sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar”. . Ed. Ariel. 2013.