El docente como gestor de un clima de posibilidades.

En general, cuando nos referimos a que una escuela es exitosa o no, lo hacemos desde la comparación de cuantos alumnos han egresado (con éxito) de los que fracasaron en ese intento (sin éxito), sin tener en cuenta si se logró el egreso en las mejores condiciones posibles para todos y cada uno de los alumnos. Y cuando nos referimos a los índices de deserción escolar, lo hacemos señalando sólo a los chicos que dejan sus estudios, pero no a los niños que continúan en la escuela, aunque que se desconectan de ella, que no la gozan y que no reciben ningún beneficio real de la misma. En definitiva, a los alumnos que la escuela no desarrolla.

Si partimos de la premisa de que los seres humanos somos naturalmente diferentes y diversos; nos impulsa la curiosidad; y no podemos dejar de ser creativos, entonces hoy más que nunca existe una contradicción entre la escolaridad actual y tales principios sobre los que se erige el desarrollo humano.[1]

El punto es que la educación no es un sistema mecánico, estático, o estandarizado. Es un sistema humano. Se trata siempre de personas que, o bien quieren aprender o no quieren aprender. Y que por lo tanto, hay condiciones en las que se desarrollan y condiciones en las que no lo hacen.

Es interesante observar que los sistemas educativos que actualmente están consiguiendo un alto rendimiento, reconocen como base, que la educación se trata de personas y por lo tanto individuales y diferentes, que tienen que ser seducidos por el sistema, animados en su curiosidad, su individualidad y su creatividad.

El desafío actual de la escuela sugiere entonces, que cada alumno debiera ser tratado teniendo en cuenta su diferenciación como ser humano. Sin perjuicio de que adquieran el conocimiento, el comportamiento y los valores básicos que deben ser compartidos por todos y que sean  incluidos dentro de una perspectiva global en pos de su integración colectiva.[2]

Por ello las escuelas deben otorgar a los estudiantes un sentido diferente de posibilidades, una gama más amplia de oportunidades, y la facultad de ser creativos e innovar en lo que hacen. Y al diseño de programas personalizados con planes de estudios amplios y diversos, debiera sumarse la necesariamente la tutoría como función específica del docente, acompañando a los alumnos. Y cuando sea necesario, creando las condiciones materiales, intelectuales, pedagógicas, para que el alumno trabaje en clase como ocasión de enriquecimiento, se superación de obstáculos y de búsqueda personal, y no simplemente como una sucesión de pruebas estandarizadas que debe seguir para graduarse. Es el adulto que tratará de comprender por qué el alumno no trabaja y que luego intentará crear las condiciones para que finalmente lo haga.

En definitiva, el éxito escolar hay evidentemente mucho de esfuerzo personal de los alumnos, pero también está la responsabilidad del educador, que debe inspirar confianza en el alumno para que éste se sienta capaz de aprender.

Y como sea, parece que el verdadero papel de liderazgo en la enseñanza, hoy más que nunca, es el control del clima de posibilidades. Que si es el adecuado, los alumnos lograrán objetivos que no previeron y aún, que no habían esperado lograr.

D.O.


[1] “La deserción escolar no comprende a los aburridos, apáticos, desinteresados ….” Publicado el 15/05/2013 por Daniel Olguin. http://danielolguin.com.ar/?p=3031
[2] La Nación. Domingo 10 de noviembre de 2013 Philippe Meirieu: “La escuela ya no se ve como una institución capaz de reencarnar el bien común” colectiva “… a la escuela uno no va simplemente a aprender, sino a aprender la importancia de aprender en equipo, de aprender con otros que no piensan como nosotros, que tienen otra cultura…”que
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