Sin coincidencia en los deseos y propósitos no hay armonia posible… Ni democracia.


Validamos la competencia y la lucha por el poder en sí mismo.  Marcamos insistentemente las diferencias. Fomentamos la sospecha, el miedo y las ansias autoritarias del político con mayor poder aparente.

Evitamos que un propósito común guíe nuestra convivencia, sin participar de un proyecto común en el que las distintas ideologías políticas sean sólo distintas miradas en la cooperación por la creación cotidiana de una sociedad capaz de ser plenamente equitativa otorgando los mismos derechos para todos.

Quiero pensar en que nuestra sociedad está enferma, porque entonces  existe la posibilidad de una cura. Y que su enfermedad es el miedo a no tener capacidad de convivencia social. Después de todo, vivir en democracia implica vivir en un espacio de convivencia en el que  la pretensión de tener un acceso privilegiado a una verdad absoluta se desvanece y  exige la reflexión aún por encima de las supuestas verdades que inculcan las ideologías. Lo que provoca miedo.

Es este miedo el que nos lleva a la negación del otro, a la intolerancia, a la desconfianza, a la falta de reflexión, y a la aceptación del uso de la autoridad en vez de la conversación y el acuerdo como modos de convivencia.

A un autoritarismo que surge en cada uno de nosotros y se expresa en la pérdida de la confianza en nuestra capacidad de convivencia democrática, o en la obediencia y sumisión a un designio impuesto y ajeno a la acción de nuestra reflexión.

Sanarnos tendrá que ver con comprender que las acciones que constituyen una sociedad democrática no son la lucha por el poder ni la búsqueda de una hegemonía ideológica, sino la cooperación que continuamente crea una comunidad donde los gobernantes acepten ser criticados y eventualmente cambiados cuando sus conductas se alejan del proyecto democrático con que fueron elegidos.

Pero aún más importante es tomar la decisión de vivir en democracia. Si lo queremos claro. Porque si no lo queremos, estamos hablando de otra cosa, no de democracia. Y ese es otro cantar. Ya no es una enfermedad.

D.O.

Fuente: EMOCIONES Y LENGUAJE EN EDUCACIÓN Y POLÍTICA. Humberto Maturana. Ed. Dolmen Ensayo. Edición: Décima 2001.

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