La corrupción en la política es universalmente señalada como negativa por la opinión pública. No obstante hoy existe un sistema “normalizado” de corrupción.
Una cultura de entendimiento común que identifica el dinero, y su acopio por parte de la clase política (gobierne o no), como la forma más importante de reunir poder para hacer política.
Cultura que “infecta” y convierte rápidamente en corruptos a los que ingresan al seno de la política con ideales de cambio profundo y principalmente con ideas de anti-corrupción; o los escupe y devuelve al lugar de donde salieron para nunca mas intentar “hacer política”. Por lo menos de la forma que pensaban que debían hacerlo originalmente.
Ello es porque el tema de la corrupción en la política, hoy no se circunscribe sólo al ámbito de quienes actúan en política, de quienes les toca ejercerla. Sino que gran parte de la sociedad terminó imbuida de alguna forma por esa cultura, aceptando que el dinero y su acopio es la mayor y más efectiva herramienta que posee una gestión política exitosa.
O sea que, si bien es sólo un número menor de personas las que controlan las palancas reales del poder y que determinan el ámbito de lo posible de toda gestión política, y de la corrupción en su gestión, se les suman a éstos muchos más “funcionarios” en todo el ámbito del poder político.
Sin importar partidos o agrupaciones políticas. Que se mueven desde distintos cargos de elección popular, hasta distintos cargos no elegibles pero que los elegidos suman a sus gestiones. Que cumplen funciones de asesores y consultores. Que parecieran aportar desde las legislaturas, desde la justicia o la administración. También desde bufetes de abogados, contadores, economistas allegados al poder, que se mueven dentro y fuera de las campañas políticas. Que gestionan a través de centros de negocios corporativos.
Todos ellos, sin perjuicio de las distintas extracciones sociales de donde proceden originalmente, parecen sostener entendimientos compartidos sobre la sociedad y la política. Una narración sobre la vida en la política que los une y mantiene a todos relacionados a modo de una corporación, sin importar los orígenes políticos o ideológicos.
Incluso cuando no están de acuerdo en motivos ideológicos, no están en desacuerdo acerca de que el dinero es la forma más importante de conseguir poder político, y que es determinante de los resultados políticos en la mayoría de los casos.
Esta visión del mundo a su vez, se escurre hacia abajo, da forma a la conducta de sus empleados y colegas. impregna a familiares y amigos. Y, en última instancia, une a todos en el sistema y en los mismos supuestos básicos acerca de lo que es políticamente posible.
Todo termina siendo para nada malo o corrupto. Sino que es “normativo”, de “sentido común”, y en definitiva, “es la forma en que siempre ha sido”.
Así el sistema y su aceptación se siguen extendiendo.
Las tendencias naturales de la psicología humana determinan que cuanto más a menudo la gente ve confirmados en la práctica un conjunto de suposiciones u opiniones, más creen que es ello lo que pensaron desde el principio. Y, con el tiempo, se distancian de lo que realmente pensaban antes, si es que esa gente tenía ideales y valores diferentes.
Muestra de ello es que cada vez es menor el asombro honesto y real que producen las denuncias de corrupción. “Siempre fue así, por lo menos éstos hicieron algo”, son expresiones del común de esta gente.
El problema entonces es mayor al que podemos observar si nos circunscribimos sólo al sector “de los políticos” (en funciones de gobierno o no), y mucho más si nos encerramos en pensar que sólo pertenece a un gobierno determinado.
Sería absurdo creer que una cultura de la corrupción que se desarrolló por décadas se puede deshacer del día la noche y mucho menos por medio de alguna solución violenta a la que algunos desmemoriados puedan acudir en su afán de reforma.
Lo cierto es que tomará tiempo, exactamente el mismo tipo de cambio social lento y doloroso que creó la corrupción.
Como sea, es necesario comenzar de un a vez a deshacer esa cultura, e intentar crear nuevos escenarios para que los políticos actúen de manera diferente.
Lo primero debiera ser castigar a la corrupción por medio de las urnas, persiguiendo y participando en aquellas campañas que no sólo señalen lo mal que se han hecho las cosas, sino que también presenten formas viables para arreglarlas, en forma entendible y asumiendo el compromiso de llevarlas a cabo.
Si bien la idea final incluye solucionar este espinoso tema de la corrupción política, fundamentalmente tiende a salvar a la república.
Como estamos hoy, ya es difícil imaginar un futuro viable para nuestra democracia, y nuestra nación.
Esa es la cuestión.
Piensa bien y saldrá bien!
D.O.
No a la corrupcion politica!
No a la inseguridad ciudadana