El Trabajo y la Ciudadanía.

El TRABAJO es una actividad, realizada por una o varias personas, orientada hacia una finalidad, la prestación de un servicio o la producción de un bien -exterior al sujeto que lo produjo-, con una utilidad social: la satisfacción de una necesidad personal o de otras personas. El trabajo así entendido involucra a todo el ser humano que pone en acto sus capacidades y no solamente sus dimensiones fisiológicas y biológicas, dado que al mismo tiempo que soporta una carga estática, con gestos y posturas despliega su fuerza física, moviliza las dimensiones psíquicas y mentales. El trabajo también puede dar lugar a la producción de bienes y servicios destinados al uso domestico, en la esfera no mercantil, sin contrapartida de remuneración salarial.

La CIUDADANÍA, en una concepción actual la ciudadanía se confunde con los derechos políticos que tiene toda persona, y se la identifica con el lugar de nacimiento. Pero ésta es una visión limitada que no favorece percibir al individuo como actor social con un aporte único a la comunidad. Por ello, la palabra ciudadanía engloba dos significados. Por un lado significa el conjunto de ciudadanos que viven en un territorio común y forman una nación. Y por el otro significa la calidad de ciudadano, que deriva de su participación en la comunidad a la que pertenece, tanto en la faz la personal, con la Sociedad, y con el Estado.

El TRABAJO y la CIUDADANÍA están estrechamente ligados, sobre todo desde la Revolución Industrial. Con la Revolución Industrial el trabajador se convirtió, en gran medida, en asalariado, contratado en la fábrica por un sueldo pero no era miembro de la realidad social determinante: la sociedad de capitales. De esta forma se instituyó la gran división entre capital y trabajo que han analizado y denunciado los socialistas, especialmente Marx. Pero al mismo tiempo nació la sociedad política democrática excediendo a los “antiguos regímenes” feudales o monárquicos. Una sociedad de ciudadanos, todos miembros e iguales al menos en un principio. De esta forma el trabajo, frágil y precario, fue encontrando poco a poco, mayor protección en la ciudadanía. Y el derecho del trabajo derivó de esta protección ciudadana.

Principalmente a principios del siglo XX, el trabajo dejó de ser un asunto meramente privado o contractual. Y correlativamente el trabajo se convirtió en un factor decisivo de ciudadanía. En más de un régimen socialista, evidentemente y hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano no podía no ser un trabajador: era ciudadano en tanto que trabajador. Pero mas allá de lo excesivo que puedan ser estas posturas, no impiden reconocer el carácter central del trabajo en la sociedad. Para muchos, el trabajo es una extraordinaria impresión del espíritu humano. Por ejemplo, el Papa Juan Pablo II escribió toda una carta encíclica sobre el trabajo donde consideró al trabajo como una dimensión esencial de la existencia humana.

Pero no hace mucho tiempo,  a partir de la gran crisis que sufrió el empleo a mediados de los años 70 luego de la repentina suba del precio del petróleo, se discutió la idea del carácter central del trabajo. Algunos llegaron más lejos y dijeron haberse equivocado largamente al reconocer tanto significado al trabajo. Sostuvieron que es perfectamente posible, ser un ciudadano sin hacer ningún aporte laboral remunerado a la sociedad. Y que hasta se podría asegurar a todos los ciudadanos un sueldo básico [un subsidio universal] incluso si nadie asume un trabajo remunerado.

Luego, incluso en desacuerdo con el recurso de un subsidio universal, el liberalismo e los años 90, económico fue progresivamente desinteresándose de las consecuencias de la falta de empleo y propició el desmantelamiento de las legislaciones sociales y de numerosas protecciones al trabajo. En consecuencia, los años 90 han significado un notable retroceso para el empleo en numerosos países, y una consecuente degradación de la pertenencia ciudadana de la mayoría.

A pesar de haber sido indemnizados y/o asistidos, los desocupados se revelaron como personas en precariedad psicológica y material, dependientes, privadas de su autonomía, y además corrieron el riesgo de ser la presa fácil de clientelismos políticos de todo tipo, lo contrario precisamente de ser verdaderos ciudadanos. En realidad, al haber perdido su apoyo en el trabajo reconocido, socialmente significativo, la ciudadanía tiende a perder fuerza. Esta situación se observa cada vez más en los suburbios y en otras zonas de vida precaria donde reinan la ausencia de empleo y la perspectiva de emplearse.

Teniendo en cuenta la experiencia de los últimos años es posible afirmar entonces que el perjuicio de la desvinculación de la ciudadanía en relación con el trabajo socialmente reconocido es inmenso. Y no se puede justificar por ninguna razón de teoría económica o sociológica el desinterés por el empleo efectivo de las personas. A raíz del crecimiento demográfico excesivo a escala mundial, la humanidad permanece, aún hoy, en general, bajo una fuerte necesidad que obliga a buscar el acceso al trabajo dentro del ‘sistema’ mismo del trabajo. En el seno de la gran organización del trabajo, ya que no existen muchas otras ocasiones para el desarrollo creativo personal.

Se trataba, y se trata aún hoy de reconocer que la ciudadanía no puede ser sólo una pertenencia formal (vivir en un territorio común), sino que debe incluir la participación entre otras cosas, por medio del aporte de los unos a los otros, con sus trabajos.

Fuente:
Yean Yves Calvez. Anales de la educación Común. Trabajo y Ciudadanía.

 

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