La palabra disciplina implica a menudo obediencia. Que es hacer lo que alguna autoridad nos dijo que hagamos conforme a una norma determinada. Por lo general, implica la acción coercitiva o forzada, o la participación de recompensas y castigos, para limitar o modificar un comportamiento.
Pero la verdadera raíz de la palabra disciplina es discípulo. Lo que significaba originalmente ser un seguidor gozoso. La verdadera disciplina no implica coacción, no hay recompensas externas o castigos, sino que el discípulo sigue con alegría el educador.
Pero además, en una óptima relación de enseñanza-aprendizaje el adulto es tan discipulo como lo es el niño. El adulto sigue al niño tanto como el niño sigue y responde al adulto. El adulto y el niño experimentan el mismo acto, pero desde un punto de vista totalmente diferente. Cada uno sigue al “modelo” y la conducta modelada es precisamente lo que el otro necesita “descubrir” y “aprender” en su desarrollo. Para el niño, el modelo puede ser alguna habilidad intelectual o física. Para el adulto el modelo puede ser la curiosidad, la espontaneidad, o la alegría. En concreto, cada discípulo, niño y adulto, es guiado hacia nuevas formas de trascender sus actuales limitaciones.
Asimismo también, el contacto con el estado inocente de un niño, crea un cambio profundo en el adulto. Observemos que el requisito previo para una óptima relación de enseñanza-aprendizaje es un vínculo afectivo profundo que se produce cuando en nuestra convivencia con los otros, no importa quienes o que sean, son reconocidos como legítimos (no se los niega ni se es indiferente a su existencia), y los niños llegan a nosotros con este tipo de reconocimiento en sus corazones.
Piensa bien y saldrá bien!