La esencia de ser humano es poder elegir. Sin embargo jamás sabremos completamente el resultado total de ninguna elección que hagamos. No podemos estar al mando. El mundo externo no se puede controlar. Buscamos sin cesar una elección fantástica que lo ponga todo en orden permanente, deteniendo el movimiento del cambio lo suficiente para establecer un control definitivo sobre todos y todo. Y al buscar constantemente esa única elección correcta, le vamos teniendo miedo al ritmo cambiante que es la vida misma. Pero además dejamos de lado el poder más auténtico que está “detrás de nuestros ojos, no delante”.
La tarea a realizar es dominar nuestros pensamientos y emociones. O sea nuestras reacciones interiores al mundo externo. La verdad es que no es lo que elegimos lo que importa, sino que lo importante es el motivo para hacer determinada elección. El poder para influir en el resultado está en la motivo por el que elegimos. El reto entonces será conocer qué nos motiva a elegir lo que elegimos. ¿la fe? ¿el miedo?.
Y es para conocer nuestras motivaciones que necesitamos las relaciones. Es decir, para llegar a descubrir nuestros «falsos dioses» personales, necesitamos relacionarnos con otros seres humanos. Desde las relaciones en el seno del hogar hasta las laborales, las de la comunidad y la actividad política, ninguna unión está exenta de valor; cada una contribuye a hacernos crecer como personas.
Es que en realidad atraemos las relaciones que contribuirán a que nos conozcamos a nosotros mismos. Generamos modalidades de energía que nos atraen personas que en cierto sentido son opuestas a nosotros, personas que tienen algo que enseñarnos. La ciencia física reconoce esta energía como la ley de causa y efecto (por cada acción hay una reacción igual y opuesta) y la ley del magnetismo (los objetos con cargas contrarias se atraen). Estas leyes significan que nada ocurre al azar; y que antes de entablar cualquier relación, le abrimos la puerta con la energía que estábamos generando.
El desafío es aprender a relacionarnos conscientemente con los demás, a formar uniones con personas que contribuyen a nuestro crecimiento. Y nos resultará siempre más fácil si vemos el valor de nuestras relaciones abandonando la compulsión a juzgar qué y quién tiene valor y si en su lugar nos concentramos en honrar a la persona y la tarea que tenemos entre manos: la de elegir correctamente motivados por la fe y no en el miedo.
Piensa bien y Saldrá bien!