Dos primeros ministros están en una habitación discutiendo problemas de Estado.
De repente irrumpe un hombre, casi apoplético de furia, y se pone a gritar, a dar patadas y puñetazos en la mesa por un problema que surgió en una discusión con otros funcionarios del gobierno; “¡A vos te parece! Éste tipo no me dijo todo lo que yo debería saber, yo le cuento todo pero él me oculta algunos temas que él habla con otros funcionarios. Además mantiene reuniones personales con otros sin avisarme. ¡Es una deslealtad!”.
El primer ministro del país anfitrión le dice al iracundo funcionario: «Peter, haz el favor de recordar la regla número seis», con lo cual Peter recobra la calma, pide disculpas y se retira.
Los políticos reanudan la conversación, pero tras veinte minutos los vuelven a interrumpir, en esta ocasión una mujer histérica, con los pelos de punta, que no para de gesticular y de gritar por una actitud displicente que según ella había tenido un subalterno ante una orden que ella había impartido; ¡Cómo puede ser! Ésta mujer hace lo que quiere y no tal como yo se lo pido. Además no me tiene al tanto de todo lo que hace. ¡me lo hace a propósito! ¡A mi nadie me comprende!
Se repiten entonces las mismas palabras ante la intrusa: «Por favor, Marie; recuerda la regla número seis». Vuelve a reinar la calma y la mujer se retira, pidiendo excusas con una inclinación de cabeza.
La tercera vez que se repite una escena similar, el primer ministro que está de visita en el país le plantea lo siguiente a su colega: «Amigo mío, he visto muchas cosas en mi vida, pero nada tan extraordinario como esto. ¿Le importaría compartir conmigo el secreto de la regla número seis?».
«Muy sencillo», contesta el primer ministro del país anfitrión. «La regla número seis es “No seas tonto; no te tomes tan en serio”.»
«Ah, una regla excelente», dice el otro político. Y tras reflexionar unos momentos, pregunta nuevamente: «¿Y puedo preguntarle cuáles son las demás reglas?».
En realidad «No existen.» contesto el político anfitrión.
D.O.
Fuente: Rosamund y Benjamín Zander en “The Art of Possibility”, Wayne W. Dyer, en “El poder de la intención”.