¿Qué queremos cuando pedimos o exigimos lo que queremos? ¿Qué es lo que uno hace cuando pide y lo que uno hace cuando exige?. ¿cuál es la emoción que guía la voz de quién pide o exige, en cada caso?
Sin duda cuando pido admito que pudiera no recibir lo que pido, sobre todo cuando agrego: “Por favor”.
Cuando pido quiero algo que otra persona podría darme si quiere, y necesito su deseo de hacerlo. Al pedir espero que otra persona escuche el argumento con el cual apoyo mi petición y se sienta inspirado por él; o quiero que las razones que presento como sustento de la validez de mi petición la convenzan porque ella encuentra, sin saberlo, que esas razones se fundan en la misma configuración de deseos y sentires que sustenta su propio razonar, de modo que no puede negarse.
Al hacer una petición necesito que el alma del que puede satisfacer mi petición coincida con la mía y me acoja. Si eso no sucede mi petición no podrá ser oída. Y si mi petición es oída, para que sea satisfecha la otra persona debe tener a la mano o encontrar los medios para satisfacerla, y si esos medios no están a la mano, la configuración de sentimientos o “sentires” encontrados, por lo menos deja abierta la posibilidad de una conversación inspirada en un proyecto en común.
Cuando exijo dudo del escuchar del otro u otra, dudo de que sus deseos y los míos coincidan y recurro a una amenaza oculta o explícita desde la confianza que tengo en que el derecho o la fuerza podrían asistirme.
La exigencia ataca, no invita, la exigencia separa, no acerca. La exigencia acusa al otro u otra de no querer cumplir con un compromiso o de no querer satisfacer una necesidad legítima de otro u otros. La exigencia al ser beligerante cierra o restringe la posibilidad de la reflexión porque rigidiza la relación disminuyendo la posibilidad de que ésta se transforme en una oportunidad de colaboración en un proyecto común de convivencia o de acción.
¿Queremos los argentinos en verdad mejorar nuestra realidad social, entendida como el complejo entramado de ciudadanía vivida en democracia? ¿Queremos establecer clara y definitivamente reglas de convivencia en pos de una verdadera igualdad? ¿Queremos el mejor juego posible de participación política no obstante la existencia de nuestras viejas y actuales antinomias?
Si esto es así la petición por si sola no es suficiente porque se requiere la acción del que la recibe y la acepta; y la exigencia sirve menos aún porque su mera formulación nos separa.
Si somos honestos al declarar que queremos mejorar, lo que tenemos que hacer es conversar, generar un espacio de coherencias de deseos, un mundo común de posibles haceres que nos resulta común porque surge de escucharnos en nuestros deseos totalmente en el mutuo respeto. En la maravillosa desigualdad del mutuo respeto que nos entrega libertad en la confianza de que haremos lo que nos inspira en común porque queremos hacerlo corrigiendo los errores a medida que surgen en nuestro convivir. Si no estamos dispuestos a hacer esto sólo generaremos dolor, luchas, cegueras y deshonestidad.
¿Es esto difícil? A mí me parece que no lo es y que ahora es nuestro tiempo y nuestra oportunidad, como otras anteriores fue la de quienes nos precedieron como ciudadanos y dejaron pasar. Hoy nuevamente tenemos la oportunidad. Hoy reaparece la manifestación del interés de distintos sectores de participar hacia un cambio. Y no podemos volver a una situación reiterada de péndulo donde sólo vivimos en los extremos. En ciclos sin deseos ni sentires en común.
¿Qué disculpa honesta podríamos inventar para honestamente no hacer lo que tenemos que hacer si sabemos que queremos hacerlo y no queremos mentir?