Texto: Extracto “POLÍTICA PARA AMADOR” – Fernando Savater. Capítulo quinto
Las antiguas estructuras sociales limitaban bastante las iniciativas individuales, pero en cambio gozaban de la solidez unánime de lo que no se pone en cuestión: todos somos UNO. En cambio, la modernización concede cada vez más importancia a lo que piensa, opina y reclama cada individuo, pero debilitando inevitablemente la unanimidad comunitaria: cada cual sigue siendo UNO dentro del todo.
El individuo (o sea, cada ser humano concreto, único, irrepetible, distinto a sus vecinos) con su voluntad, su apoyo, sus decisiones, etc., es el fundamento último de la legitimidad del Estado; y el Estado sin duda se apoya y se justifica invocando los acuerdos entre los individuos, pero a la vez procura defenderse de la excesiva variabilidad de los caprichos de éstos y pretende mantener su forma contra las revocaciones constantes de lo establecido.
Cuando predomina excesivamente el individuo, la armonía del conjunto social puede romperse, nadie se preocupa de sostener lo que debe ser común a todos, los individuos mejor dotados se aprovechan de los más débiles y no reconocen ninguna obligación de solidaridad hacia ellos, cada cual se siente solo, acosado por la ferocidad y la codicia de los demás, sin una instancia comunitaria a la que exponer sus quejas y de la que recabar protección.
Pero cuando es el Estado el que se hincha demasiado, los individuos pierden su iniciativa y la capacidad de sentirse responsables de sus propias vidas, las discrepancias de los que actúan o piensan de forma diferente a los demás no son toleradas, la burocracia gubernamental se empeña en decidir hasta los más pequeños detalles del trabajo, el comercio, la salud, el arte, las creencias, las diversiones, etc., y siempre hay una autoridad que sabe lo que es bueno para cada uno mejor que él mismo.
Desde luego, por uno y otro lado estos excesos pueden ser nefastos.
Los individuos tenemos dos maneras de formar parte de los grupos sociales, que suelen darse por separado pero a veces se dan juntas. Podemos pertenecer al grupo y podemos participar en él.
La pertenencia al grupo se caracteriza por una entrega del individuo incondicional (o casi) a la colectividad, identificándose con sus valores sin cuestionarlos, aceptando que se le defina por tal adhesión: en una palabra, formando parte irremediablemente, para bien o para mal, de ese conjunto.
La participación, en cambio, es algo mucho más deliberado y voluntario: el individuo participa en un grupo porque quiere y mientras quiere, no se siente obligado a la lealtad y conserva la suficiente distancia crítica como para decidir si le conviene o no seguir en ese colectivo.
En la pertenencia a un grupo lo que cuenta es SER del grupo, sentirse arropado e identificado con él; en la participación lo importante son los objetivos que pretendemos lograr por medio de la incorporación al grupo: si no los conseguimos, lo dejamos.
Todos los individuos tenemos necesidad de sentir que pertenecemos a algo, que somos incondicionales de algo, sea una corporación muy importante o algo trivial. Eso nos da seguridad, nos estabiliza, nos define ante nosotros mismos, nos brinda alguna referencia firme en la que confiar, aunque tal pertenencia a menudo nos haga sufrir o nos imponga sacrificios.
Pero también es importante para el individuo sentirse participando voluntaria y críticamente en diversos colectivos: de ese modo conserva su propia personalidad y no deja que el conjunto se la imponga, elige sus fines, se siente capaz de transformarse y de rebelarse contra las fatalidades, comprende que a veces es mejor «traicionar» a los otros que seguir a los otros ciegamente y «traicionarse» a sí mismo.
Siendo imprescindibles por tanto ciertas pertenencias como ciertas participaciones, hay que reconocer que cada uno de estos dos estilos de integrarse en los grupos presenta sus problemas. Los abusos de la pertenencia desembocan en el fanatismo y la exclusión, los de la participación mal entendida llevan al desinterés y a la insolidaridad.
Lo malo de la pertenencia incondicional a una comunidad es que el afán de sentirse unido a los demás haga aparecer como «naturales» los vínculos políticos que nos unen a los otros. En los países modernos por ejemplo se suele creer que sus fronteras, su forma de vida, sus prejuicios y sus instituciones son algo casi «sagrado».
Lo malo de la pertenencia fanática a una comunidad sin más argumento que la de ser «la nuestra», que «los de aquí somos así», es que se olvida que se puede SER HUMANO de muchas maneras y no encerrarse obstinadamente en «lo que siempre ha sido así» y en lo que nuestro grupo consideró como «perfecto y natural» hasta ayer. La gracia no está en emperrarnos en ser lo que somos sino en ser capaces, gracias a nuestros propios esfuerzos y a los de los demás, de llegar a mejorar lo que somos.
A fin de cuentas, lo que importa no es nuestra pertenencia a tal nación, tal cultura, tal contexto social o ideológico, sino nuestra pertenencia a la especie humana, que compartimos necesariamente con los hombres de todas las naciones, culturas y estratos sociales.
De ahí proviene la idea de unos derechos humanos, una serie de reglas universales para tratarnos los hombres unos a otros, cualquiera que sea nuestra posición histórica accidental. Los derechos humanos son una apuesta por lo que los hombres tenemos de fundamental en común, por mucho que sea lo que casualmente nos separa. Defender los derechos humanos universales supone admitir que los hombres nos reconocemos derechos iguales entre nosotros, a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos: supone admitir, por tanto, que es más importante ser individuo humano que pertenecer a tal o cual raza, nación o cultura. De ahí que sólo los individuos humanos puedan ser sujetos de tales derechos.
El estado es el resultado del proceso histórico modernizado de las comunidades humanas. Las primeras agrupaciones sociales fueron las tribus en las que no les importaba tener organización, si no subsistir. Después aparecieron las sociedades y es aquí donde se genera el estado, luego los griegos inventaron la democracia. Así las sociedades se fueron haciendo más organizadas. Dentro de un estado se, se podría decir que todos somos uno pero no hay que olvidarse que cada cual sigue siendo uno dentro del todo. El estado nos permite pertenecer al grupo y participar en el cosa que es muy importante porque el individuo necesita sentirse interesado o identificado con algo. En síntesis, podríamos decir que el estado es una institución que permite a las sociedades organizar y hacer sentir a los individuos de esta sociedad, sentirse parte de lo que el estado decide y así llegar a una estabilidad entre el estado y sus pobladores.