Consignas:
Palabras clave: Ser humano. Sociedad. Convención. Soledad. Supervivencia.
Texto a investigar: Síntesis del Capítulo primero: HENOS AQUÍ REUNIDOS, del libro «POLÍTICA PARA AMADOR» de Fernando Savater. Editorial Ariel S. A., Barcelona. Ps.9/13.
Problema a resolver: ¿El hombre necesita de la sociedad para ser un ser humano? ¿Por qué? ¿de qué forma?.
Estrategia metodológica de trabajo:
a. Leer con atención el texto.
b. Relacionar las palabras claves de acuerdo al texto.
c. Responder el problema investigado y fundamentar la respuesta.
Presentación: Trabajo escrito impreso por cada grupo. La extensión de la reflexión personal no excederá de una carilla. Verificar ortografía.
“HENOS AQUÍ REUNIDOS
El primer paisaje que vemos los hombres al nacer es el rostro y el rastro de otros seres como nosotros. Llegar al mundo es llegar a nuestro mundo, al mundo de los humanos. Estar en el mundo es estar entre humanos, vivir en sociedad.
Esa sociedad que nos rodea, que nos irá también dando forma (formará los hábitos de nuestra mente y las destrezas o rutinas de nuestro cuerpo) no sólo se compone de personas, objetos y edificios. Está compuesta de lenguaje (el elemento humanizador por excelencia), de memoria compartida, de costumbres, de leyes…; Hay obligaciones y prohibiciones, premios y castigos.
La sociedad guarda mucha información. Y nuestros cerebros humanos, empiezan a tragar desde pequeñitos toda la información que pueden, digiriéndola y almacenándola. Vivir en sociedad es recibir constantemente noticias, órdenes, sugerencias, chistes, súplicas, tentaciones, insultos… y declaraciones de amor.
La sociedad nos estimula; pero la sociedad nos permite, además, relajarnos, sentirnos en terreno conocido: nos ampara. La sociedad se supone que está pensada por hombres como nosotros y para hombres como nosotros: podemos comprender las razones de su organización y utilizarlas en nuestro provecho. Digo «se supone» porque a veces en la sociedad hay cosas tan incomprensibles y tan mortíferas como las peores de la jungla o del mar. Sin embargo, sigue siendo cierto que lo más natural para vivir como hombres es precisamente la sociedad. No se trata de elegir entre la naturaleza y la sociedad, sino de reconocer que nuestra naturaleza es la sociedad. En el bosque o entre las olas podemos llegar a sentirnos a veces (por un cierto tiempo) a gusto; pero en la sociedad nos sentimos a fin de cuentas nosotros mismos.
Por lo tanto debemos asumir una primera contrariedad: la sociedad nos sirve, pero también hay que servirla. Cada una de las ventajas que ofrece (protección, auxilio, compañía, información, entretenimiento, etc..) viene acompañada de limitaciones, de instrucciones y exigencias, de reglas de uso: de imposiciones. Me ayuda pero a su modo, sin preguntarme cómo preferiría yo en particular ser ayudado. Y la mayoría de las veces, si me opongo a sus imposiciones o rechazo su ayuda, me castiga de un modo u otro. En una palabra: siempre estoy comprometido con la sociedad, más comprometido a menudo de lo que yo quisiera. Cuando uno se da cuenta de esto (en la niñez instintivamente primero y luego, de modo más consciente, en la adolescencia) siente irritación y ganas de rebelarse. Yo no he inventado todas esas reglas y obligaciones ni nadie me ha pedido mi opinión sobre ellas: ¿por qué tengo que respetarlas? ¿De dónde vienen? ¿Pueden ser cambiadas de forma que resulten más a mi gusto?
Llegamos a uno de los puntos importantes de este asunto. Atención: las leyes e imposiciones de la sociedad son siempre convenciones. Por antiguas, respetables o temibles que parezcan, no forman parte inamovible de la realidad (como la ley de la gravedad, por ejemplo) ni brotan de la voluntad de algún dios misterioso, han sido inventadas por hombres, responden a designios humanos comprensibles (aunque a veces tan antiguos que ya no seamos capaces de entenderlos) y pueden ser modificadas o abolidas por un nuevo acuerdo entre los humanos.
Por supuesto, no debes confundir las convenciones con los caprichos, ni creer que lo «convencional» es algo sin sustancia, que puede ser suprimida sin concederle mayor importancia. Algunas convenciones (llevar corbata para poder entrar en cierto restaurante) expresan solamente prejuicios bastante tontos, es verdad, pero otras (no matar al vecino o ser fiel a la palabra dada, por ejemplo) merecen un aprecio muchísimo mayor. Muchas convenciones tienen efectos decisivos sobre nuestras vidas y sin ninguna convención en absoluto no sabríamos vivir.
Ahora bien, ¿No te has preguntado nunca por qué, no obstante tales convenciones, los hombres vivimos de una manera tan complicada? ¿Por qué no nos contentamos con comer, aparearnos, protegernos del frío y del calor, descansar un poco… y vuelta a empezar? ¿No hubiera bastado con eso?
Nunca los hombres se limitan a dejarse vivir: Es evidente que lo propio de los humanos es una especie de inquietud que los demás seres vivos parecen no sentir. Tenemos un cerebro enorme que se alimenta de información, de novedades, de mentiras y de descubrimientos, y en cuanto decae la excitación intelectual, a fuerza de rutina, los más inquietos comienzan a buscar nuevas formas de estímulo. A uno le da por subir a una montaña inaccesible, éste quiere cruzar el océano para ver qué hay al otro lado, el de más allá se dedica a inventar historias o a fabricar armas, otro quiere ser rey y nunca falta el que sueña con tener todas las mujeres para él solo. La inquietud nunca falta y siempre crece.
Es que las sociedades humanas no se contentan con la supervivencia, como en las sociedades de animales, sino que ansían la inmortalidad. Y el grupo social, a diferencia de los individuos, se presenta como lo que no puede morir.”