Con todo respeto, parafraseando a Mark Twain[i], podemos afirmar que la Autonomía es la lealtad a los mejores principios que hay en uno mismo y la deslealtad a los ídolos y fetiches de la multitud.
En tal sentido, la autonomía es la máxima expresión de libertad y la única forma de vivir según nuestras ideas. Así el mundo se enriquece como un mosaico variado y colorido de personas íntegras y felices que actúan con ayuda de los otros, pero no dependen de ellos.
No podemos olvidar que vivimos en un mundo de ejemplos y reglas que llegan desde el exterior: por ejemplo observamos qué hacen nuestros familiares y amigos y los imitamos, obedecemos normas impuestas en la casa y la escuela. Pero nuestro máximo desafío consiste en adquirir la capacidad de analizar y entender todo ese material hasta formar nuestras propias ideas y actuar según nuestro criterio, con nuestra propia fuerza, es decir, conquistar nuestra libertad y ganar nuestra Autonomía.
Se puede decir que la conquista de la autonomía sigue los siguientes pasos en el camino de nuestra transformación como seres humanos adultos: Primero obedecemos sólo por miedo a que nos castiguen. Luego aceptamos cumplir las normas para favorecer nuestros intereses (por ejemplo, para participar en un juego). Seguidamente, y para que los demás nos acepten hacemos lo que esperan de nosotros, por ejemplo, vestir o hablar según una moda. Mas tarde, entendemos que para vivir en sociedad hay que respetar las leyes y las instituciones. En este paso comenzamos a ser responsables y nos preparamos para el gran salto. Que es cuando reconocemos que por encima de las convenciones sociales todos los seres humanos tienen igual derecho a la vida y a la libertad. Así respetamos un conjunto amplio de valores universales y somos capaz de vivir y actuar por nuestra cuenta según esas ideas, sin depender de nadie, aunque siempre necesitemos de los demás. Porque no hacemos en la relación y la convivencia con otros.
El extremo contrario a la autonomía es la dependencia. Algunas personas viven siempre sujetos a los valores, ideas y decisiones de los demás. Y eso les cierra la posibilidad de desarrollar una existencia libre y original.
Un ejemplo de autonomía: La vocación de Paul Gaugin.
La autonomía se vive también siguiendo el llamado de la vocación más allá de las convenciones impuestas por la sociedad.
El francés Paul Gauguin (1848-1903) era un exitoso negociante en la Bolsa de París, cuando en 1874 asistió a una muestra de arte impresionista y descubrió su verdadera pasión: el arte.
Comenzó a tomar clases de pintura y realizó sus primeros cuadros que fueron bien recibidos por la crítica. Y en 1891 pensó que su verdadera inspiración estaba en la gente sencilla y la naturaleza, lejos de la sociedad europea, sus artificios y convenciones.
A bordo de un barco llegó a las remotas islas de la Polinesia y en ellas desarrolló la parte más fértil de su carrera: decenas de cuadros que presentan la vida de los nativos y sus costumbres. Hoy son muy apreciados por los coleccionistas de arte.