Dice Humberto Maturana* que no nacemos humanos sino que nos hacemos humanos en la interacción con otros seres humanos. Que se es humano, no desde la genética sino desde la convivencia.
Por ello, cuando habla de educación se refiere a la transformación de nuestros niños en su convivencia con nosotros los educadores u otros adultos.
Con esto quiere decir que la educación es un proceso de transformación de vida que sigue un curso definido por la manera de vivir de los padres y educadores.
Que ese proceso educativo ocurre en todas las dimensiones relacionales del vivir del niño, tanto en los espacios privados de la familia o de la escuela, como en los espacios públicos de la calle y el barrio. Que son verdaderos ‘cultivos’ de seres humanos.
Claro está. de una forma de ser humano, porque en este proceso, el niño se transforma en un tipo de ser humano u otro según el tipo de experiencias vividas recurrentemente con sus padres y educadores. Se puede crecer de una manera o de otra según el espacio de convivencia en que se viva. Esto es visible en la tremenda diversidad de formas humanas que se pueden adoptar.
Los adultos debemos observar que el modo de vivir que ahora vivimos está determinado por los espacios de vida en los que convivimos desde niños, no por el conocimiento, o los tipos de argumentos racionales que podamos haber acumulado a lo largo de nuestra vida.
Por lo tanto, Maturana indica que es tarea del adulto educador (padre o docente), hacer uso de la enseñanza como un medio para educar al niño en la creación de los espacios de vida que lo llevarán a ser un ser humano responsable, socialmente consciente, que se respeta a sí mismo y a los demás.
Y que una manera de llevarla a cabo es comprender que los niños llegan a SER según sean las conversaciones o interacciones en las cuales participan en su convivencia. Y que en el fluir de sus vidas no hay conversaciones triviales, todas las interacciones terminan siendo formativas, para bien o para mal.
En la medida en que los adultos entendamos esto podremos dar paso a interacciones basadas en el respeto y la colaboración. Cualquier niño que se sienta escuchado se dispone a la creatividad, aprende a escuchar, vive su seguridad consciente de sus límitesy fortalezas. Así como la carencia afectiva produce niños con trastornos conductuales (ansiedad, agresividad, falta de interés, desmotivación, inseguridad, tristeza, etc.).
En definitiva, de cómo convivan los niños con nosotros los adultos, dependerá la clase de adulto que llegarán a ser.
Los niños no son el futuro. Los adultos somos el futuro de nuestros niños. El futuro está en el presente.