En una sociedad de compradores somos felices mientras no perdamos la esperanza de llegar a ser felices; y estamos asegurados contra la infelicidad siempre que podamos mantener esa esperanza. O sea, mientras no dejemos de comprar y de reemplazar los objetos a los que les damos entidad de hacernos felices.
Por lo tanto solo puede mantenerse viva esa esperanza de felicidad si se cumple la condición de una rápida sucesión de nuevas oportunidades y nuevos comienzos y con la perspectiva de una cadena infinita de nuevos comienzos. Nuevas compras. Más compras.
Los artículos no están pensados para durar mas de los previsto y deben abandonar el escenario de la vida tan pronto como empiezan a ser un obstáculo más que un adorno. Y deben ser reemplazados a su vez por otros artículos. Por eso, las relaciones con dichos objetos son de compromiso ligero, y limitan su duración a los que dure la satisfacción que procura. La relación es valida hasta que la satisfacción desaparece o cae por debajo de un nivel aceptable, ni un segundo más.
¿Puede ser entonces, que esta actualidad de compras y adquisición de artículos a los que otorgamos entidad de objetos de felicidad, nos esté permitiendo encubrir nuestra cobardía y nuestra fobia al riesgo de un compromiso duradero?
Tal vez sólo tengamos que decidir pagar el precio de obtener el placer del compromiso que nace y crece tanto por las cualidades del objeto que uno cuida, como por la calidad de estos cuidados. Y que necesariamente nos conducirá a nuestra felicidad.