Bertrand Russell* dice al respecto: “…disfruto de la vida, y principalmente se debe a que me preocupo menos por mí mismo. Poco a poco aprendí a ser indiferente a mí mismo y a mis deficiencias; aprendí a centrar la atención, cada vez más, en objetos externos: el estado del mundo, diversas ramas del conocimiento, individuos por los que sentía afecto. Es cierto que los intereses externos acarrean siempre sus propias posibilidades de dolor: el mundo puede entrar en guerra, ciertos conocimientos pueden ser difíciles de adquirir, los amigos pueden morir. Pero los dolores de este tipo no destruyen la cualidad esencial de la vida, como hacen los que nacen del disgusto por uno mismo. Y todo interés externo inspira alguna actividad que, mientras el interés se mantenga vivo, es un preventivo completo del ennui**. En cambio, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo.”
La búsqueda de felicidad puede centrarse en preocuparnos de nuestro propio bienestar o en preocuparnos del bienestar de otros. Pero en realidad coincido en que las dos alternativas no son necesariamente contradictorias, y que pueden funcionar de forma simultánea, con poco o ningún conflicto o choque.
Preocuparse por el bienestar del otro, ser bueno para otro, también potencia el sentido de la bondad y por tanto, presumiblemente, la felicidad del sujeto bondadoso.