No somos sólo el producto de nuestro pasado o de nuestros genes, ni somos el producto del trato que nos dispensan los demás. Es indudable que todo ello influye en nosotros, pero no nos determinan. Sino que nos determinamos a nosotros mismos por medio de nuestras elecciones. Ahora bien, usar con sabiduría el don natural de la facultad de elegir significa elegir guiándonos no sólo por nuestra escala de valores, sino por valores alineados a principios o leyes naturales.
Nuestros valores suelen reflejar las creencias de nuestro medio cultural. Desde la niñez desarrollamos un sistema o escala de valores armado a partir de una combinación de influencias culturales, descubrimietnos personales y pautas familiares. Todo ello se transforma en los anteojos a través de los cuales miramos al mundo, de como juzgamos, elegimos prioridades, y nos comportamos. Mientras que los principios funcionan obedeciendo a leyes naturales, independientemente de las condiciones de la cultura, la tradición y la experiencia personal de cada uno. Los principios trascienden la cultura y la geografía. Son intemporales, permanecen inalterables y no cambian nunca. Están siempre presentes y actúan constantemente. Y además son indiscutibles.
Gráficamente, los valores son subjetivos e internos de cada uno; son como mapas; y los principios son el territorio que esos mapas intentan describir, siempre claro está, según la influencia de nuestros condicionamientos. Por ello, cuanto mejor alineados estén nuestros mapas con los principios correctos –con el territorio real , con las cosas tal como son-, más precisos y útiles serán.
Pero además, no podemos ignorar las leyes naturales, no tenemos otra opción salvo seguirlas, nos guste o no. Es inevitable. Observemos que si nos tiramos desde un edificio de diez pisos no podemos cambiar de idea cuando estemos a la altura del quinto piso. La gravedad -principio natural universal-manda. Y así, como la ley natural de la gravedad influye en nuestro mundo físico, nuestra eficacia personal se fundamenta en leyes propias de la condición humana como la rectitud, la equidad, la justricia, la intregridad, la honestidad y la confianza. Por ejemplo, no podemos generar confianza si somos deshonestos con nosotros mismos y los demás.
O sea, las consecuencias de ignorar los principios son inevitables porque, si bien los valores controlan nuestra conducta, los principios controlan las consecuencias de nuestra conducta.
* Stephen R. Covey. Fue escritor y docente estadounidense. Autor del prestigioso libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”. Fundador de «FranklinCovey Company», una compañía que ofrece sus servicios profesionales a nivel mundial y cuya especialidad consiste en la formación para la gestión de negocios, herramientas para aumentar la productividad, la gestión del tiempo. Prácticamente ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza y practica de los preceptos que detalla en sus libros, de como vivir y liderar organizaciones y familias basándose (centrándose) en principios los cuales él sostiene, son universales y como tales son principios aceptados por las grandes religiones y sistemas éticos del mundo.